
Sabía que iba a llegar tarde y llegué tardísimo, pero como mi máxima es que la verdad abre caminos, entré. Mostré la orden de análisis y la compañera que atendía al público indicó: “Ya el laboratorio terminó de hacer las extracciones”. Le expliqué lo sucedido, consultó con otra persona y dijo: Espere un momento en el salón.
Unos minutos después llegó una técnico de laboratorio, pronunció mi nombre y fuimos al lugar donde atienden a los pacientes para extracciones. Cuando preparaba los utensilios me interrogó: “¿Usted es amiga del director…? porque me orientaron: ve a la puerta, una mujer espera por ti. Y quiero decirle que los análisis son hasta las nueve de la mañana”.
Por respuesta, repliqué: ¿Dónde vive usted? Porque no llegué tarde por el transporte, estoy levantada desde muy temprano; la cuestión es que las calles están muy oscuras, además los baches y aceras destruidas, por eso debí esperar que el día aclarara, eso es todo. Y es que la ciudad se ha ido oscureciendo, cada vez son menos los tramos de avenidas y calles iluminadas, los parques… y solo en algunas avenidas principales, edificios públicos, emblemáticos o de algún organismo, usted puede ver la funcionalidad de las farolas o luces en los alrededores o portales.
Pienso en cuando, desde el escaño de ciudadanos, llevamos las preocupaciones a las reuniones de nuestra circunscripción como expresó una lectora de esta columna –con residencia en calle 130 y 27 A, en Marianao– quien dice que nunca le han respondido por qué el alumbrado público de su calle dejó de funcionar hace algo más de un año. El silencio es la respuesta.
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