
Para quien, como yo, valora tanto la espiritualidad, resulta imposible aquilatar un buen gesto o una actitud adecuada; mucho más cuando en estos tiempos también agobian las constantes referencias a las reales carencias materiales, seguidas, muy a mi pesar, de la desaparición de valores esenciales para la vida del ser humano.
Dicho esto. Es la razón por la cual todavía estoy impresionada con la atención dispensada en el consultorio médico que me corresponde, al que acudí preocupada por los síntomas de un “catarro” que se niega a dejarme y que en otro momento ya tendría el nombre del “malo” de la telenovela brasileña de turno.
En décadas -y no exagero- había recibido, en una primera consulta, un reconocimiento completo; sin siquiera insinuarlo. Desde auscultar y tomar la presión arterial hasta palpar el abdomen, todo ello acompañado de comentarios y consejos. Agreguemos su hablar sosegado, la sonrisa cuando lo aconsejaba... Ya me lo había dicho una vecina: Tenemos una doctora en el consultorio, es buenísima. Y creo que se quedó corta.
Usted podrá decir: Así debe ser la regla. Pero sabemos que no es así. Y cuando somos bombardeados día a día por malas actitudes y negatividades, realmente es un bálsamo poder hablar de una buena profesional en todo el sentido de la palabra y sentir tan de cerca uno de los valores defendidos por la Revolución y su sistema de salud pública que, por supuesto, ha formado a miles de generaciones de profesionales que cuidan de nosotros.
Ojalá y el mío fuera así, tiene un genio que ya de lejos cuándo te ve llegar se pone rojo cómo una manzanita Jjj, sin dejar de reconocer que es muy buen profesional en su materia, pero en el trato se quedó corto, y la enfermera algo parecido, vivo en el Vedado ojalá y me pueda mudar porque yo creo que ni vacaciones coge.