Foto: María Victoria Valdés Rodda

Su tenacidad para que la entiendan es digna de elogios: A Adriana Noa, de 17 años - y con una lesión en el sistema nervioso central que le provocó retraso del desarrollo psico-motor-, no le pasa inadvertido que algo diferente a los demás le sucede, pero eso no la detiene nunca en sus propósitos comunicativos.

No habla, apenas unas pocas palabras como mamá y gracias, conforman su peculiar lenguaje onomatopéyico y por señas, las que esgrime mientras se comunica con fervor cuando quiere que la saquen a caminar, encandilada con los diversos paisajes de la calle, o al demandar que le cambien los muñequitos porque se lo repiten muy seguidos, y eso sí; no está dispuesta a aburrirse.

Es este un breve retrato de una de los 133 mil habitantes pertenecientes a la recién creada, Acpdi, Asociación Cubana de Personas en Situación de Discapacidad Intelectual. Única de su tipo en Cuba, con personalidad jurídica propia y sin fines de lucro, su objetivo esencial es contribuir a la creación e implementación de instrumentos y diseños de políticas públicas, programas y proyectos que apoyen el pleno ejercicio de los derechos de sus miembros. Al saber la noticia en el televisor enseguida pensé en la nobleza de tan peculiar caso.

Dulaine Vergara Castro, madre de Adriana, le comentó a esta reportera que hasta hace muy poco, y ante la ausencia de un grupo que las representara, la había inscrito en el de limitación físico-motora, el cual no se corresponde con la situación de la “niña”, pero que en última instancia la hacía sentir socialmente respaldada. Yo pienso más: Adriana vino a caminar a los 10 años, y eso luego de un sistemático proceso de rehabilitación con fisioterapia, recibida en el capitalino hospital pediátrico Pedro Borras.

No obstante, este avance, se podría por ejemplo, incrementar sus visitas a la escuela especial Sierra Maestra, ubicada en Tulipán y calle 24 en el Nuevo Vedado, Plaza de la Revolución, y no solo una vez a la semana. Si hubiera recibido mayor acompañamiento de un logopeda, tal vez su vocabulario sería amplio. Considero entonces que ese, y otros ajustes, vendrán de la mano de la Acpdi, la que pudiera librar esta y muchas otras pequeñas y grandiosas batallas.

Para el buen desenvolvimiento de historias como las que les narro el respaldo es esencial, porque las familias de personas con parecidos escenarios se entregan en cuerpo y alma, trastocándoles por completo su dinámica diaria, donde los valladares sociales son más subjetivos que objetivos.

Así sucede en el caso que me ocupa porque Adriana lo capta todo y hasta toma sus propias decisiones a temas tan comunes como comer, dejarse arreglar o cooperar con la limpieza del barrio y la solidaridad entre vecinos. Pendiente a todo aquel que entra y sale del edificio, es imposible permanecer indiferente ante su bondad y casi permanente sonrisa, aun teniendo un carácter de “anjá”, ese que por su perseverancia y sociabilidad nos hace acercarnos y exclamar: ¡Adriana eres grande!

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