De corporizarse en la realidad, Bebel, personaje de una novela brasileña, confirmaría que las pizzas habaneras han perdido “catiguria”. Años atrás, la prima hermana del pan, tenía prestancia, advertida desde los exquisitos vapores del horno: el maridaje entre el tomate y el queso hacia que la nariz siguiera ese olor incluso hasta el precipicio. Reconozco que en La Habana todavía existen establecimientos que hacen ese honor, pero llamarse pizzería es establecer lazos de eficiencia con aquel que decida premiarse el día con una napolitana o una hawaiana, según las preferencias o los recursos financieros.
Se me podrá tildar de nostálgica, pero aquella pizza de 10 pesos no tenía parangón: toda una señora bien plantada, de esas que hacen voltear la mirada, pero no, hoy, con más frecuencia de la que debería, por ese precio una bambina corona la sorpresa del cliente, indefenso ante ese golpe bajo de la mala gastronomía.
Amén del tamaño otro asunto de cuidado son sus atributos. Las hay elásticas cual chicle; duras cual suela de zapatos; insípidas como el aburrimiento; crudas como la verdad. Tal gama de infortunios puede echarnos a perder el planificado rato en familia no solo en los restaurantes y cafeterías del Estado. La chapucería y el irrespeto en materia de pizzas son pasto corriente también de las llamadas ofertas por cuenta propia.
Y es este un balance que debería ser de todos pues un cliente insatisfecho pone pies en polvorosa del lugar del maltrato o la estafa. Es cierto, esta ciudad es enorme, y gente honesta y “detallista” hay muchas, sin embargo, debería existir quien controle, al igual que con la calidad de otros productos, la totalidad de los parámetros de un alimento tan apetecido.
Los panes planos son típicos de las cocinas mediterráneas, que habrían seguido su plebeyo curso sin la adquisición del tomate, el cual fue “descubierto” en América e incorporado en el siglo XVIII al célebre manjar, creado en las áreas pobres de Nápoles: las muy demandadas pizzas en La Habana.
*Por su actualidad, retomamos este artículo publicado el 24 de diciembre de 2018
De acuerdo con usted totalmente. Hoy pudiera ser "Nápole" el apellido de quien las hace o "Napol y Tana" los nombres de las muchachitas que las venden en las "Pizzerías", pero nada que ver, no solo con las que menciona de $10.00, sino también con aquellas más añejas de $ 1.20 de las cafeterías de los años ochenta. No creo yo que se tuviera mejores productos en aquellas épocas, pero si se se trabajaba con más VERGUENZA y menos espíritu de mercachifleo barato.