Foto: Juvenal Balán

Al cierre del primer semestre del año, La Habana exhibe la peor situación del país en cuanto a la ocurrencia de accidentes, con 266 percances, de un total nacional de más de tres mil, a lo cual suma un promedio diario cuatro lesionados y al menos un fallecido.

No hace falta ser un experto ni adentrarse en muchos análisis para concluir que ahora mismo, en la provincia, nada manda más personas a hospitales y cementerios que los percances viales, eso sin tener en cuenta que, en el caso de las muertes, las estadísticas solo registran los reportados en el momento, sin incluir a quienes pierden la vida en las jornadas subsiguiente como consecuencia de los traumas y lesiones sufridas en la colisión.

Lo que ya de por sí es para preocuparse resulta más alarmante de tener en cuenta que entre las causas fundamentales, las primeras posiciones la ocupan aquellas asociadas a factores humanos (violación de derecho de vía, desatención al control del vehículo, exceso de velocidad y manejar bajo los efectos de bebidas alcohólicas).

Y sí, también los desperfectos técnicos de los vehículos, las limitaciones en el sistema de señalizaciones, y el mal estado de las carreteras, provocan accidentes, pero cuando hablamos de integridad física y la existencia misma, propia y ajena, en lugar de argumentos para justificar el libre albedrío, constituyen factores que obligan a redoblar la prudencia.

Inquietante también resulta que la mayoría de la víctimas son jóvenes, y que entre los heridos muchos arrastran una discapacidad por periodos prolongados o de por vida, con lo cual estamos comprometiendo el futuro.

A veces me invade la amarga sensación de que, a muchos, los accidentes de tránsito le estremecen de verdad solo cuando les toca en lo personal (a ellos o allegados), y leen los reportes de prensa y tal vez -cuando más-  se alarman, pero hasta ahí, sin llegar a la toma de conciencia y mucho menos asumen posiciones que impliquen cambios de actitud hacia comportamientos más responsables, ya sea como choferes o peatones.

Lamentablemente, muchos no son conscientes de que transgredir las regulaciones viales, más allá de convertirnos en insensatos e irresponsables indisciplinados, nos coloca ante la absurda posibilidad de trasponer la milimétrica línea que separa a la vida de la muerte.

Si hay cero tolerancia frente a las infracciones de tránsito, las acciones educativas y la prevención se multiplican, abundan los continuos llamados a la conciencia, y no logramos en cambio una disminución sostenida en los indicadores que miden la accidentalidad, entonces nos toca hacernos una interrogante ¿qué más (yo) puedo hacer?

Esa es la cuestión a plantearnos todos los días cuando vayamos a salir fuera de casa, para luego de trasponer el umbral, actuar en consecuencia.

Otras informaciones:

La línea que nos separa en el tiempo y memorias de un encuentro con Fidel