Foto: Alex Castro

Un destacado periodista y escritor latinoamericano citó lo que, a su juicio, eran nuestras dos mejores fuentes de energía: … la solidaridad, porque Cuba es el país más solidario del mundo, y la dignidad, que Fidel Castro ha encarnado, hasta ahora, contra viento y marea.

Nos admira que así nos vean. Sin lugar a dudas son cualidades meritorias que nos fortalecen, pero la verdad y la justicia, también encarnadas como nadie por Fidel. Y pudieran haber tantas respuestas diferentes como número de encuestados. E incluso llevar razón. El Comandante en Jefe fue sobre todo ejemplo, pero no contra viento y marea, sino como algo natural, consustancial a su manera de pensar y actuar.

Es aún el alma inspiradora de esta Isla en los últimos 59 años. Y aunque detractores y adversarios se han esforzado inútilmente en destruir el mito, ahí está él y su tozuda obra, construida por él y el pueblo que inspiró. Por eso, a pesar de huracanes, ventiscas y poderosos enemigos aquí seguimos.

Para hablar de él y ser justo, sin correr el riesgo de tener que hacerlo infinitamente, solo podría apuntarse –como expresara una vez Raúl- Fidel es Fidel.

Y no haría falta hacer referencia a sus méritos y virtudes, porque de sobra se conocen; ni tampoco a su embrujo, sacado a flote por los testimonios gráficos, de las citas con el pueblo en la Plaza de la Revolución y otros escenarios (abarrotados); y también en sus muchos recorridos por el extranjero, ni tampoco de su obra.

Habría que darle la palabra y por lo menos una semana a cada niño, anciano, hombre y mujer de esta Isla rebelde y digna, como su eterno e indiscutible líder; para no mencionar a cientos de miles de desposeídos de otras latitudes que nos agradecen la salud, los estudios, e incluso algo tan invaluable como la soberanía recobrada.

Desde que Fidel irrumpió en la palestra pública se convirtió en la esperanza de los desamparados. Sabía cómo mil enciclopedias juntas. Pero lo que más sabía –no se cansó de repetirlo- es que la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.

Por eso supo escuchar atentamente, sin distingos; siempre se ubicó a la altura de cualquier interlocutor, por humilde que pudiera resultar. De ahí que entre sus amigos puedieran contarse premios Nobel, afamados actores, periodistas y escritores; y sencilla gente de campo o talleres.

¿Y es qué no tenía defectos? –se preguntarán algunos-. Claro que los tuvo. Lo único es que su genialidad llegó al punto de hacer virtudes de los peros.