Viví en los pasajes contados por mi madre, el clima de aquella jornada memorable. Entonces me decía que nunca antes se había visto congregada tanta gente. Millones de personas daban riendas sueltas a alegría, y tan superlativa fue que La Habana entera parecía chiquita. La concurrencia y el júbilo desmedidos se hacían sentir para demostrarlo: ahora sí tocaba el turno a los desposeídos.

Foto: Radio Rebelde

Era el 8 de enero de 1959 y con la entrada triunfal de Fidel y el Ejército Rebelde a la capital, la justicia pisoteada cobró inusitado brillo, tanto que alcanzaría para todos, con sobradas luces como para iluminar los ojos del guajiro y su compadre, penetrar las sienes del ama de casa y sus hermanas, seducir al niño y al obrero, convencer al anciano sentado en el borde del después.

El Cotorro fue la puerta que La Habana les abrió de par en par, y sí desbordante fueron las muestras de cariño que dispensara el pueblo, a lo largo de cientos de kilómetros y durante siete días, en el periplo de Santiago de Cuba a la capital, aquí se multiplicaron las delirantes muestras de afecto e incondicionalidad, de los humildes con la revolución que habían hecho por ellos para ellos, sus iguales.

La gente lo intuía, quizás ya lo sabía, todo el mundo, eh; y tal vez por eso una paloma buscó el hombro donde se sentía más a gusto.

No había que engañarse creyendo que en lo adelante todo sería fácil, por el contrario, las cosas se tornarían más difíciles, pero la sensatez y el deber mandaron, y un grito unánime pareció salir de la garganta colectiva: “Por está libertad habrá que darlo todo”.

Pasaron ya 60 años, pero la luz que hiciera y esparciera aquel barbudo ejército de desarrapados no ha dejado de brillar.

Foto: Radio Rebelde