Foto: RSM

Nada entorpece mi parsimonia cuando bebo café, incluso si es el de la bodega. Dejo en el aire los problemas de la inflación, la distancia de hijos y otros familiares, la no tenencia de MLC o el pan por la libreta que jamás alcanza los 80 gramos estipulados.

No, no vivo en una pecera ni en una urna de cristal, simplemente opto por tomarme un diez: Taza en mano me recreo con la decoración de la casa, donde tan bien me siento, o simplemente miro la trayectoria de las nubes en ese cielo tan azul de Cuba.

Y es que he aprendido a sopesar la belleza en mi vida diaria. De esa línea de pensamiento y acción es un buen amigo mío, de elevada cultura y conocimiento, que cada cierto tiempo sube a Facebook imágenes captadas por su ojo sensible; lo mismo una puesta de sol como un flamboyán florecido.

Es muy terapéutico observar lo que nos rodea para que la rutina no marque el almanaque porque ya se sabe, vida es una sola. Mucho vale ese ejercicio contemplativo, lo mismo de una flor, un colibrí en vuelo, un frondoso árbol, un recién nacido en su consulta de puericultura en el consultorio de la familia, o dos amantes que se besan en plena calle. Ejemplos hay cientos de miles.

Solazarse en el paisaje es sanador de heridas cotidianas en este bregar tan difícil de nuestra existencia en la que tantas cosas que nos merecemos, faltan. Siempre hay más de un motivo para sorprendernos porque cada uno de nosotros es único en este mundo agujereado y herido por la propia civilización pero también tan repleto de sucesos increíbles.

No permita que la amargura cale en su catadura de lo bueno, aproveche cada segundo y admire las cosas hermosas. Tómese un respiro para seguir.

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