Foto: María Victoria Valdés Roda

Mi curiosidad se disparó cuando el niño gritó: Ahí viene el señor de la escoba. Volteé a ver y comprobé que se trataba del barrendero del barrio, y tanto me entusiasmé que decidí acercarme ya en labor periodística más que por interés ciudadano.

Al preguntarle su nombre se identificó como Sixto Ylizastigue Duverger, de 77 años; trabajador de comunales por el municipio Plaza de la Revolución. Ante tan complicado primer apellido nos reímos los dos, porque debí sacar la agenda para apuntarlo.

Se mostró contento de que se valorara su trabajo del que dijo estar orgulloso porque sabe que con eso contribuye a la higiene de la ciudad. Al interrogarle sobre si se avergonzaba de que le dijeran barrendero me dio un no rotundo con la siguiente explicación. “Mire periodista este es un trabajo como otro cualquiera. Yo vivo en el Canal del Cerro y todos los días vengo hasta aquí para mantener el orden y la limpieza de este barrio. Los vecinos me brindan agua, y hasta un traguito de café”, entonces la avergonzada fui yo por semejante duda.

Se lamentó, sin embargo, por la falta de enseres, incluso la escoba fue confeccionada con yaguas por él mismo: me explicó que para hacer bien su trabajo necesitaría machete, pala y escobas de calidad ya que las calles presentan muchos baches y es ahí donde más hojas de árboles y polvo se acumulan. También se mostró quejoso del pago que nunca se lo dan completo, en violación al contrato establecido, pero tiene plena confianza que con la nueva tarjeta electrónica, esa situación sea enmendada.

Sixto es una persona sencilla, dada al diálogo y muy trabajadora al punto de diariamente caminar hasta diez kilómetros.

En el Portal del Ciudadano en lo referente a servicios comunales se lee que “(…) en la actividad de barrido de calles, cada barrendero atiende un tramo, con una norma de 5 200 metros cuadrados. El barrendero tiene que eliminar toda la tierra, bigotes (yerba) y dispersar el agua del tramo que trabaja”.

Por tanto estos “obreros” deben madrugar para que el inclemente sol no les merme la productividad, se desenvuelven muchas veces sin almuerzo ni transporte. Es titánico lo que hacen para que La Habana se luzca en toda su lindura y limpieza por lo que cuidar al “señor de la escoba” es un imperativo, máxime cuando no deben ser muchas las personas dispuestas a reverenciar este útil oficio.

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