
La 31 Feria Internacional del Libro está en su apogeo en estos días. Los criterios son diversos, algunos piensan que es muy buena y han tenido la suerte de surtir sus bibliotecas personales, pues, al parecer
hay buenas ofertas en algunas editoriales y otros que es demasiado caro todo, que no pueden comprar porque los precios son excesivamente altos.
Es cierto que el papel se ha encarecido mucho. Pero, en mi opinión, no intento argumentar lo conocido ni divagar en cuestiones filosóficas basadas en la imposición de los códigos digitales en la forma de asumir el conocimiento y la lectura recreativa, sino para ratifi car que nada como un buen libro en la mano.
Me refiero a la sensación real, tangible, que experimentamos con el olor reconocido de la imprenta, el llevar con los dedos de una página tras página, disfrutar el llevarlo a todas partes, con independencia de cualquier interrupción de la energía eléctrica o la descarga de la batería del dispositivo móvil, porque jamás tendrá la voraz competencia que logra el digital; pero cansa menos la vista y su presencia nos aleja de lo virtual y
robótico que no nos atrapa en cuanto a sensibilidad como el texto en su soporte de papel.
Soy partidaria de conocer las nuevas tecnologías, porque hay que ir con los tiempos y la velocidad en la modernidad se hace imprescindible. No obstante, hay cosas insustituibles para los seres humanos: el compartir físicamente, intercambiar en vivo con un libro, acostados o sentados donde nos mezclamos con esas historias y hacerlas nuestras, propias, y el libro, ese, el de papel con letras impresas lo adoramos los buenos lectores desde el corazón.
No sé si esta nueva generación, creo que le dicen Z o de Cristal, prefiera la frialdad de la virtualidad, pues ellos nacieron dentro de ese mundo, pero incluso los milenials sé, que prefieren el tradicional libro página tras página, olerlo, palparlo, hacerlo suyo.
No obstante, sugiero que jamás -por ningún motivo-, pierda el hábito de leer, de saber más, de viajar mediante las letras a lugares remotos y vivir relatos que ni imaginábamos, perdernos en universos diversos que nos deleitan y, a la vez, nos ofrecen cultura. En fin, que esa maravilla que es la Feria del Libro no se pierda jamás. Nos entrega demasiado y no podemos prescindir de ella.
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