
Camino al trabajo escuché mi nombre desde el interior de una casa. Retrocedí. Una anciana que, por la edad, podía ser mi abuela y a quien conocía solo de vista dijo: “Por los años 70 –cuando los americanos, para dar visa era casi un milagro- fui a los Estados Unidos invitada por una hija. Estuve en algunos mercados…”. La señora hablaba y yo me decía: ¿Y por qué me escogió para este cuento? Ella continuó
su relato.
“Mi hija sabía que soy fanática a los helados y como quería que me quedara, enseñaba todo lo maravilloso de aquel país. Pero cometió un error. Un día quiso sorprenderme y paró el carro para que viera el edificio de las Naciones Unidas, en Nueva York, y cuando descubrí la bandera cubana en lo alto ondeando junto a las demás; algo sucedió en mi cuerpo y ahí mismo me dije, ¡Yo regreso!, y aquí estoy…”. Solo atiné a decirle: Eso es lealtad. Velica, que así se llamaba la señora, murió en Cuba.
No se nace leal, es en casa donde comienza el cultivo de esta condición de un ser humano, es algo que va creciendo desde pequeños con el ejemplo de los padres y luego de todo el que nos rodea. Soy de las que nunca olvido el bien que me hace otro y -aunque por el camino se puede haber perdido la amistad- siempre regreso al momento en que ese otro ser humano acudió para hacerme un bien.
Mi madre me pidió un día que no abandonara el país. Como si fuera un monólogo argumentaba: Se viven momentos difíciles, pero hay que ser agradecidos, mirar de dónde partimos y ver el camino andado. Comprometernos, ser leales a quien nos condujo por esa vía, que hoy puede tener algunas hierbas, aunque solo nosotros debemos desaparecerlas y no dar la espalda.
El hecho de que otros no quieran seguir; nosotros no tenemos por qué copiarlos. Por ejemplo, aunque pareciera increíble, en medio de la incertidumbre, cuando se le pidió al pueblo participar en el ensayo para los candidatos vacunales, en el vórtice de la pandemia de la COVID-19, un hermano mío estuvo en el ensayo de Soberana. Precisamente, en esos momentos, comenzó la vacunación, casi masiva, con el candidato Abdala. Lo llamé y pregunté que si iba a abandonar el ensayo de Soberana para vacunarse con la Abdala.
Su respuesta fue: “Los científicos necesitan un resultado, yo seguiré, si me enfermo veremos qué sucede; pero seré leal a su confianza”. Sin embargo, mi hermano era placebo… Recordé, en sus palabras, el
concepto que había sembrado en nosotros nuestra madre.
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