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De todas las expresiones que en público emitieron amigos, familiares y compañeros de labor durante una jornada de agasajo, hubo una que logró superponerse a las demás. Al menos esa fue mi percepción cuando hablaron de él, “trabajador incansable, que está en todas las tareas, no tiene horario cuando de cumplir se trata, es eficiente, buen profesional y crítico ante lo mal hecho…”

Tampoco faltaron quienes pidieron la palabra para resaltar su condición de padre amoroso, hijo dedicado, amigo confiable. Casi en el cierre de una relación de tantos y no menos ciertos atributos, con agrado escuché lo que, a mi modo de ver, coronó al hombre: “Pedro es todo eso, pero ante todo es una buena persona”, sentenció un colega.

Quien posee este valor de altos quilates –sépase que se alimenta con acciones diarias y una actitud asertiva ante los demás–, es dueño de un valioso atributo que expresa, ante sus congéneres, la capacidad de ser sensible. Aplicarse en el trabajo, ser profesionales, dedicar horas sin miramiento a determinadas tareas y otras entregas, puede que aseguren una positiva opinión de nuestros jefes y compañeros. Pero poco vale si no reconocemos al otro como nuestro par, cultivando las relaciones sanas, basadas en el respeto y disposición de ayudar.

No pocos autores recomiendan asumir hábitos basados en un continuo ejercicio de autosuperación, ser amables y agradecidos, y funcionar con la visión de fomentar la gratitud y el altruismo, así como practicar relaciones sanas y positivas con empatía, por aquello de no hacerle a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti; igual ser optimistas, dar menos importancia a los problemas materiales, cuidar a nuestros amigos y hacer lo que realmente amamos. La bondad aporta calidad de vida a las relaciones, se le define como la única inversión que nunca falla y entregarla es garantía para que siempre vuelva a nosotros en forma de paz.

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