Parece de idos tiempos aquel hombre de rostro afable y esbelta figura. La fresca mañana se me tornó cálida con su recibimiento a la entrada de la Empresa Periódicos Granma.

Vestía correctamente el uniforme y una sencilla corbata realzaba el atuendo, pero más allá de la cuidadosa apariencia, Rafael Hernández Mardomingo defiende su trabajo desde las buenas maneras.

No se cuántos trabajadores y visitantes hayan notado la presencia –y conste que no hablo de la física-, del nuevo agente del cuerpo de seguridad y protección. A mí me llamó la atención por el comportamiento cortés de este hombre entrado en años, con voz pausada, capaz de hacerte sentir bienvenido.

“Somos la primera cara de un lugar, pero lamentablemente muchos no lo comprenden”, advierte, y evoca con orgullo su paso por sitios donde recibió a no pocas personalidades.

La entrada de una instalación es el espacio más importante. A partir de la actitud, positiva o no, de quienes ahí se desempeñan como custodios o recepcionistas, podremos conformarnos, e incluso anticipar, criterios de un colectivo.

Igual nos sucede con la comunicación telefónica, pues qué opinión tendremos si al llamar a un organismo, tienda, institución de servicio público, en fin, a un centro cualquiera, escuchamos una voz desganada, con expresiones ríspidas que colindan con la grosería.

En el mismo saco incluyo a esos que se deshacen en exageradas edulcoraciones. ¿Quién ha escapado de frases provenientes del otro lado del auricular como: “dime mi amorcito”, “en qué te ayudo mi cariño”, “lo siento mi chiquitica”, y muchas más que lejos de hacernos sentir acogidos, denotan total falta de educación y respeto.

Clamo por el justo medio de las cosas, resucitar buenas costumbres y modales, capaces de fomentar una convivencia más amigable. Llamo la atención sobre asuntos tan preliminares como el trato cálido, con empatía, que con tanta urgencia debe instaurarse en la cotidianidad, hasta tornar en regla lo que hoy, penosamente, es excepción.