Por La Habana lo más grande, el actual slogan de la campaña hacia la celebración del aniversario 500 de la Villa de San Cristóbal, me hace pensar que reverenciar aquel 16 de noviembre primigenio, va más allá de las labores que con fuerza e intencionalidad se llevan a cabo en los quince municipios. ¿Qué sería realmente lo magno y crecido para nuestra urbe, sino el hecho de concederle, todos los días, pequeños pero certeros cuidados?
Bien sabemos cuánto pesan las adversas circunstancias económicas para borrarle arrugas a una de las capitales más antiguas de América, o el impacto de azotes meteorológicos como el devastador huracán Irma por buena parte de la geografía insular. Pero no hablo de aquello que ciertamente ha complejizado todavía más el escenario, más bien de cuánto nos toca, desde el amor y la pertenencia.
La Habana que mira con ojos rejuvenecidos a su génesis agradecería también rescatar valores perdidos, cortar de cuajo el desorden, el irrespeto, la indecencia, el mal comportamiento ciudadano e incluso, la de entidades que con total impunidad dañan la imagen de su geografía. Nadie dude que se agrede visceralmente el alma citadina cuando nos vemos obligados a convivir con huecos y roturas en el pavimento; también al erigir sin calidad una obra, o dar por terminada otra a la cual, con prontitud, le saldrán las huellas de la chapucería.
El plan de acciones abarca todos los sectores de la economía y la sociedad, pretende enrolar a cada habitante y va más allá de construir nuevas edificaciones, restaurar otras, embellecer o potenciar espacios verdes para niños y jóvenes… “Tenemos el solemne compromiso de explicar, desde la escuela y la familia, la vida social en comunidad”, pide el más Leal de los amantes de La Habana, nuestro historiador, quien también nos ha solicitado recuperar la dignidad de la ciudad.