Tuve el privilegio de formar parte del equipo de reporteros de Tribuna de La Habana, que daba cobertura a cada actividad donde el Comandante en Jefe asistía en nuestra capital. Recuerdo el temblor de piernas de la primera vez, y la lógica inseguridad ante el temor de cometer algún equívoco.
Yo era entonces una joven graduada de Periodismo y sabía de la inmensa responsabilidad y confianza depositada en mí. Solía llegar a la redacción con todas mis notas cuidadosamente escritas, pletórica de no pocas vivencias y emociones de aquellas jornadas, cuando Fidel inauguraba círculos infantiles y otras obras de alcance social. Con especial cariño atesoro un momento sucedido justo como lo cuento ahora:
Fidel inauguraría, a finales de los ochenta, una moderna planta en el combinado de lentes ópticos del municipio de La Lisa. Por esas cuestiones del azar, quedé algo rezagada en uno de los pasillos de la instalación, mientras el resto de los colegas ya iban en camino a ocupar sitio en el área del acto.
El entonces Primer Secretario del Partido en la capital, Jorge Lezcano Pérez, acompañaba a Fidel, y ambos se detuvieron unos minutos para intercambiar detalles de la obra. Al verme, no vacilo en colocarme entre él y el Comandante. Juro que al tenerlo tan cerquita quedé petrificada, lo veía y sentía inmenso. De repente bajó la mirada e indagó:
-¿Y tú no necesitas espejuelos?
-Sí, Comandante, pero yo corrijo mi defecto refractivo con lentes de contacto. Los uso de día y me los quito en la noche, respondí.
-¿No te molestan?
- Para nada- le comenté, algo más relajado-. Además, me niego a usar espejuelos, pues me vería muy mal; tengo muy avanzada la hipermetropía y necesito una alta graduación.
-¿Cómo haces si de momento te llega una carta de noche y no tienes puestos los lentes?, insistió con visible interés.
-Bueno... quizás decida colocármelos y leerla en ese mismo momento, o esperar al día siguiente. Claro, que eso depende del remitente…, acoté con cierta picardía.
Fidel sonrió y colocó su mano sobre mi cabeza.
Partimos al área donde ya lo esperaban. Luego, el fotógrafo me dijo en broma:
-Sabrás que si yo hubiese estado allí te cobraría una fortuna por la imagen.
Cierto es que no quedó constancia gráfica del suceso, pero les aseguro algo: la mejor instantánea está muy bien resguardada en mi mente y corazón.