“Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; mas donde hay humildad, habrá sabiduría.” (Salomón)
Se puede pensar erróneamente que la persona humilde es débil, poco carismática o incluso algo básica y simple, pero nada más lejos de la realidad, por el contrario, disfruta de grandes beneficios y virtudes y todos deberíamos ir por la vida de la mano de este valor, pues es uno de los más importantes.

La humildad logra relaciones más gratificantes y sólidas, favorece un ambiente relajado y pacífico. Nos relacionamos con los demás desde el respeto y la empatía que generan vínculos sólidos y duraderos.
La persona humilde es generosa y capaz de posponer su gratificación para ayudar o entregarse a los demás. Es bien bochornoso contemplar a alguien que basado en bienes, status social o dinero se cree por encima del resto de los mortales, o al que por tener estudios y cultura desprecia a quien quizás no haya tenido las mismas oportunidades y se burla o lo trata despectivamente.
Son actitudes que dejan mucho que desear y que hablan por sí mismas de la calidad humana de quien así se manifiesta.
Nada es más bonito que aquel que teniendo poder, saluda lo mismo al que barre calles que a la recepcionista con respeto y agradecimiento, porque ellos cumplen también una labor social de gran importancia.
Bajarse del pedestal de la prepotencia es bueno, conocer de muy cerca los problemas y carencias del prójimo, sea quien sea, ponerse en sus zapatos, ofrecer comprensión y no soberbia son muestras de un ser humano superior y de alma noble.
La humildad nos hace dialogar y no discutir ni creer que la razón es todo nuestra y querer imponer nuestra opinión a toda costa porque nos creemos los más cultos y preparados. A veces entre los humildes hay una sabiduría ancestral que nos perdemos de escuchar y aprender.
Todos, sin excepciones de posiciones de poder o de estudios, estamos sujetos a errar, y quizás esa persona humilde nos puede dar una lección para recordar.
Enseñemos a nuestros hijos estos valores humanos y serán seres empáticos que sienten las penas y angustias de los demás. No se creerán los mejores del universo por llevar una ropa de marca, poder costear hoteles caros ni subestimarán a los compañeros que no se pueden dar esos lujos.
Por el contrario, ser humildes es un don, fortalece nuestra autoestima, a la aceptación de los defectos propios, debilidades y nos convoca a no esconder que, en el fondo, a veces, son seres tristes y solitarios que llenan su vida de cosas materiales por carecer de lo más preciado, la sencillez de las cosas simples, el amor, el cariño.
Practiquemos la humildad, seamos sencillos con un trato amable hacia los demás, actuar así nos engrandece.
“Nada es tan bajo y vil como ser altivo con el humilde.”
Vea también: