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       “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.” (Eduardo Galeano)

La solidaridad ha sido siempre un valor fundamental de nuestro pueblo. Desde ofrecer una medicina a un vecino necesitado hasta pedir un poco quizás de azúcar y compartir el café.

Es una virtud que nos caracteriza y que en los últimos tiempos algunos han olvidado totalmente.

Este valor humano que consiste en ayudar a otra persona, sin esperar nada a cambio y sin ningún interés de por medio, se ha perdido entre colas y necesidades de medicamentos y a no pocos, se les ha convertido en un modo de lucrar con la necesidad o enfermedad del prójimo.

Recordemos que una persona solidaria es aquella que brinda un apoyo a otra solo por empatía, al reconocer que el otro precisa de algo que en esos momentos no puede cubrir.

Claro que siempre ha nacido de manera espontánea y se ha entregado con voluntad, con el único motivo de la satisfacción personal al hacer el bien.

Precisamente es requerida en momentos críticos cuando la economía no da para más y requiere de muy buena voluntad y corazón de todos.

Ser solidario implica sentir por quienes padecen, por quienes nos rodean, sin distinguir sus diferentes características como la personalidad, el sexo, la religión, la raza u otras. Se trata simplemente de ayudar porque somos humanos.

Quien para alcanzar su objetivo empuja a un anciano, no considera a una mujer (ni embarazada), es capaz de vender un medicamento imprescindible a un precio exorbitante, “mete el pie” como diríamos en lenguaje cotidiano en pos de comprar primero, hace mucho perdió sus valores, su condición de humano para convertirse en alguien sin razonamiento cuyo único propósito es el bienestar propio.

Sin piedad diríamos que actúan, y ese no es nuestro verdadero pueblo, el real es el que ha ofrendado hasta sus vidas a las causas de los más humildes.

Recapacitemos, pensemos bien ¿quiénes somos?, y, luego extendamos la mano a nuestros coterráneos de manera desinteresada.

Hemos pasado una cruel pandemia que cobró bastantes vidas, qué habría sido de todos sin la solidaridad de nuestros médicos, personal de Salud en general, y todos los que se sumaron a riesgo de coger la enfermedad, sin otro interés que ayudar y apoyar a quien padece. Ese es nuestro verdadero pueblo. No aquel que empuja a mansalva en una cola de farmacia o de alimentos.

En fin, esos que dejaron la solidaridad guardada en algún closet, analicen, y repasen ¿qué pasaría si el anciano fuera su padre, si precisara la medicina, si fuera el necesitado?

Seamos ese pueblo que abre las puertas de la casa y del alma a quien precisa de apoyo, como siempre hemos sido.

Gandhi dijo: “Nosotros tenemos que ser el cambio que queremos ver en el mundo”. Y, en nuestro caso, no hay que cambiar, solo ser quienes siempre hemos sido.

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