Ya casi son historia los decimosextos Juegos Paralímpicos que se celebran en la capital del sol naciente. Nuestra pequeña delegación cubana compuesta por 16 atletas no pudo cumplir con su objetivo de ubicarse entre las veinte primeras en el medallero general por países, como había ocurrido en las dos últimas ediciones de estos juegos múltiples, pero en honor a la verdad, ¿a quién le importa?
Más allá de esos pronósticos triunfalistas que muchas veces hacen mella en los atletas, los presionan, y los debilitan en el ruedo competitivo, esos guerreros llegaron a aquellas lejanas tierras en medio de una pandemia global cargando sobre sus espaldas el peso de sus propios problemas personales y sufriendo las necesidades que afronta el movimiento deportivo cubano de estos tiempos, para cumplir una misión honorifica: demostrar que sí podían.
Y claro que pudieron. Allí llegaron con sus impactantes historias de accidentes o enfermedades congénitas para mostrarle al mundo de lo que pueden ser capaces los seres humanos cuando quieren lograr un objetivo en la vida, para dar clases de sacrificio y tenacidad, y para atraer el “auxilio de los dioses” por no doblegarse jamás ante las adversidades.
Nuestros 16 atletas, muchos de ellos batiendo sus mejores marcas y superándose a sí mismos, nos representaron bajo los tres ágitos y ondearon, al lado de la bandera de la única estrella, la de una sociedad inclusiva donde se respete la discapacidad física al igual que las diferencias intelectuales, étnicas, religiosas, o sexuales.
¿A quién le importa entonces medallas y vaticinios incumplidos cuando vemos a esos hombres y mujeres que parecían débiles y vencidos en medio de una “jungla de asfalto”, levantarse para burlar al destino y protagonizar hazañas dignas de pasajes bíblicos que no podemos hacer la mayoría de los mortales?
¿A quién le importa el lugar que ocuparon al llegar a la meta o cuán lejos pudieron lanzar un implemento cuando los vemos desde sus sillas de ruedas, con su debilidad visual, o desprovistos de algunos de sus miembros, batallar sin cuartel con el nombre de las cuatro letras en el pecho?
La respuesta seguro será unánime: a nadie. Todos (con medallas o sin ellas) han subido al podio donde se premia la vergüenza, el empeño, la voluntad, y el honor. Nosotros aquí, desde la distancia, no podemos hacer otra cosa que venerarlos, admirarlos, y darles las gracias por esta lección de vida.
Ver además:

![[impreso]](/file/ultimo/ultimaedicion.jpg?1766205367)