Foto: Joyme Cuan

Bien temprano el septuagenario Manolito recoge el pan que le entrega Daniel el mensajero. Tras el saludo mañanero, el anciano hace preguntas de rutina, interesado en conocer si llegó algo nuevo a la placita del agro o si se espera algún producto en la carnicería o la bodega, “como dice el periódico Tribuna de La Habana”.

El mensajero en un barrio se ha convertido para no pocas familias en una figura imprescindible. Muchos lo tienen como parte de la dinámica hogareña propia y valoran con creces ese acto de recibir en su puerta los mandados, los medicamentos y cuanto encargo se le realice, aliviando de la tarea a quienes están fuera de casa la mayor parte del día en funciones de trabajo u otras obligaciones.

No me equivoco en afirmar cómo desde la llegada de la COVID-19 este trabajador por cuenta propia ha maximizado su rol, muy en especial entre personas que no deben salir a la calle por ser vulnerables o estar solas, sin descontar la gran ayuda que estudiantes de preuniversitario y otras enseñanzas ofrecen.

Velar porque prime una interrelación que no descuide las medidas higiénico sanitarias y las indicaciones ante la pandemia, toca con igual responsabilidad tanto al que recibe el servicio, como a quien lo brinda. Hacer lo contrario puede comprometer a muchos, como el caso de aquel mensajero del gas en una zona de Playa que siguió en su misión –conste que no por buena gente– de repartir las balitas del combustible entre los vecinos, a sabiendas de ser contacto de una persona portadora del virus del SARS-CoV-2.

Situaciones como esta desatan una lógica preocupación por cuanto pueden deshacer, en un santiamén, lo que el territorio asume desde hace 15 meses de enfrentamiento a la pandemia.

Pero también sirven de alerta para mirar cómo allí se involucran o no las organizaciones del barrio, con los empeños de las autoridades de Salud en esta batalla que no es privativa del sector.

Algo marcha mal si en un foco supuestamente controlado las personas entran y salen, hacen y deshacen, a la vista de muchos, como si nada sucediera. O en un centro se detectan trabajadores laborando con síntomas visibles, lo cual demuestra la baja percepción de riesgo con respecto a la temible enfermedad.

Tras un mayo cuya alta morbilidad y letalidad lo coloca como el peor mes de la pandemia, los pronósticos del país aún se vaticinan desfavorables a corto plazo. El llamado de Salud en Playa sirve a todos cuando recaba que los dirigentes del Comités de Defensa de la Revolución, la Federación de Mujeres Cubanas, el delegado y demás estructuras en la base velen con rigor el cumplimiento de lo indicado y hagan sentir más su alianza con esta causa común que compete a cada uno de nosotros para acabar de cortar la transmisión.

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