“Mírame madre, y por tu amor no llores, si esclavo de mi edad y mis doctrinas tu mártir corazón llené de espinas, piensa que nacen entre espinas flores”.

José Martí

Foto: Tomada de Cubadebate

Soy parte de ti, de tu esencia y de tu propia naturaleza. Por eso me estremecen tus penas y tu risa me conmueve y me ilumina. Me formé dentro de ti absorbiendo tus fluidos corporales y tus genes, acurrucado sobre tus vísceras tibias, durmiendo al compás de la música suave que salía del palpitar de tu corazón.

Solo yo te he visto por dentro. Estuve durante nueve meses envuelto en tu alma, acariciando con ternura tus instintos, tus miedos y tus esperanzas; mientras afuera tú ahuyentabas los demonios de la vida y preparabas con una pasión inédita mi llegada al mundo.

Salí de tu vientre salpicado de tu sangre y de tu amor incondicional, llorando por la despedida sin saber que pasaría a tus brazos y que a partir de ese momento podía beber de tu pecho y de tu vida misma, de tu voz y de tu encanto.

Después de tantos años poniéndote de escudo cuando atacaban las miserias humanas, alimentando mi espíritu y quemando en una hoguera diaria todo lo malo que atrapabas arrastrándose por nuestro entorno para purificar con el humo mi alma, te has sentado orgullosa sobre las piedras a contemplar tu victoria y mi supervivencia.

Ahora llegó mi turno de cuidarte, de mantener limpio este espacio donde descansas, de apuntalar tu risa con cualquier escombro que encuentre para que no te apagues nunca. Llegó el momento de apoyarte en mí para no perder el rumbo, de quitarme la piel para abrigarte del frío, de que te acurruques en mi pecho y me dejes devolverte todo ese amor que me has dado durante estos años; para poder mantenernos fuertes ante los tantos retos que aún nos quedan por vencer en esta vida.

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