Foto: Raúl San Miguel

Las miradas de quienes estábamos sobre el ómnibus acusaban una preocupación lógica, mientras el bebé lloraba desconsoladamente, y la madre, auxiliada por una persona mayor (supongo la abuela) maniobraba en el mínimo espacio del pasillo de la guagua para “acomodar” el cochecito.

La solidaridad de algunos pasajeros se mostró de inmediato, pero no resultaba suficiente. El niño no paraba de llorar. Cuando, finalmente, llegaron a su parada, la madre lo puso a lactar. Por supuesto, no tomo estas imágenes para ilustrar el peligro de aquella escena. Tampoco juzgo el por qué –algún motivo, realmente, impostergable- las hizo salir del hogar y trasladarse en lo primero que pudieron…Tampoco si otros familiares (la figura paterna ausente u otra similar) podían encargarse de un transporte un poco más seguro, no lo sé.

Aquella mañana el registro de la ciudad-hogar ascendió a 496 casos positivos de COVID-19, una cifra que oscila cada día aproximándose a los 556 que alcanzó este lunes 5 de abril. Más de un centenar y medio y edades pediátricas son reportados con la SARS-CoV-2.

En el noticiero estelar de la Televisión Cubana observé al Presidente de la República expresar su severa preocupación por la debilidad de acciones aplicadas por los responsables de que se correspondan los esfuerzos de científicos, investigadores y de la dirección del país, con las regulaciones sanitarias vigentes para enfrentar la enfermedad.

Estoy convencido que los desvelos para lograr los candidatos vacunales, en fase tres y dos, nos llena de orgullo y esperanza, pero también del peligro mortal que significa actuar de manera irresponsable en medio de una situación pandémica donde la principal medida profiláctica debe ser parte indisoluble del comportamiento de cada uno de nosotros.

Ver además:

En cierta manera

Culpables