
Con altos niveles diarios de contagio de la COVID-19 en cada jornada, de manera sostenida durante varias semanas, aquí en La Habana, aun cuando el enfrentamiento a la enfermedad se libra frontalmente y con todos los hierros, hemos llegado al punto en que indisciplinados e irresponsables resultan –incluso- mucho más preocupantes que el mismo virus.
Lo dicen las estadísticas y también la propia vida. Cuando el pasado año alcanzamos picos también altos en la curva de positividad, el confinamiento (casi) total y obligatorio, prácticamente eliminó la transmisión y los decesos, provocados por la pandemia.
Si bien no hay mal que dure 100 años, tampoco hay cuerpo (ni economía) que puedan resistirlo. Tal situación es insostenible tanto desde el punto de vista social, sicológico como económico, amén que los avances en el control del mal permitían darse lo que más que lujo constituía imperativo.
Sin embargo, siempre quedó muy claro que la flexibilización de las medidas restrictivas implicaba un acompañamiento ciudadano, en lo concerniente al respeto estricto de los protocolos sanitarios y las medidas, llamadas a cortar la propagación de la enfermedad, en todos los casos archiconocidas.
¿Qué pasó realmente apenas se permitió mayor libertad de movimiento y otras licencias? Aunque todas las disposiciones para mantener la situación bajo total control están dictadas y se exige por su cumplimiento, pareciera que la COVID-19 campea a su gusto.
Resulta que algunos, sobre todo hacia el interior de los barrios y lamentablemente un poquito más de lo que eran antes, en un comportamiento temerario en aumento, a fin de demostrar qué a no sé quién, deciden comportarse como si nada estuviera pasando, y lo mismo los ves apiñados unos encima de otros, a la entrada de una tienda que de una farmacia, con el nasobuco por debajo de la nariz o a la usanza de un babero, y a veces, los hay que convocan un dominó y comparten unos tragos a pico de botella.
Son aguafiestas, en lugar de ingenuos o ignorantes, porque a estas alturas del campeonato nadie, absolutamente nadie, desconoce que el virus es invisible, altamente contagioso, puede estar en cualquier parte, y utilizar cualquier medio de transporte, incluidas las personas, muchísimas de ellas asintomáticos.
Este es una batalla que con independencia de la vacunación, logrará un éxito más consolidado, en la medida que logremos neutralizar a quienes creen que la COVID-19 solo puede contagiar a otros, y se convierten en aliados del virus, sus agentes propagadores, con total desprecio por la salud y la vida de aquellos que le rodean.
Y advierto, es una contienda a ganar entre todos, que exige una amplia participación de los vecinos, sencillamente porque, de un lado, todos salimos perjudicados por los verdaderos culpables, y por otra parte, nos obliga la imposibilidad de tener un agente del orden, en todas partes, a toda hora.
Ver además: