Son un grupo heterogéneo. Predominan los jóvenes, fundamentalmente hombres. Por las conversaciones
podría pensarse que se conocen. También hay personas mayores, quienes sobrepasan los 60 años.
Todos tienen un objetivo común, buscan trabajo. Una mujer saluda, se presenta y los invita a formar una fila para decirles a qué oficinas deben dirigirse. Estoy de observadora en la sede del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS) en La Habana del Este.
Un joven comenta que hay cursos de habilitación en el Ministerio del Interior, pero eso no es lo de él, mientras una compañera responde que a ella le gusta, por lo que esperará su turno. Cuarenta y tres muchachos menores de 35 años aceptaron propuestas laborales.
Una señora algo mayor que quiere jubilarse busca empleo y se empeña en que el centro que abandonó hace varios años deberá acogerla nuevamente. Hay de todo en este conglomerado humano, donde algunos desean trabajar en lo que les gusta y no en lo que le ofertan. Hay quienes salen contentos. Y en medio de todo lo que observo me pregunto ¿de qué vivían esos seres humanos antes de comenzar el ordenamiento en el cual está el país?
Algunos son graduados de la rama tecnológica y nunca se presentaron a los centros donde fueron asignados, otros no poseen ninguna calificación. Los más viejos un día renunciaron a sus trabajos y hoy acuden apurados para tener una jubilación ante el aumento nada despreciable.
Quien esté interesado puede presentarse en cualquier sede municipal del MTSS. Ahí están las plazas laborales que el país necesita que se ocupen, para mejorar la economía. Muchos se integran. El tiempo
dirá la última palabra.