Suele decirse que los sueños, sueños son, pero hay algunos extremadamente vívidos que ganan el derecho a ocupar por siempre un espacio en la memoria, gracias a que nuestro cerebro logra convertirlos en una historia fascinante.

Al iniciar mi vida laboral en este mismo periódico, yo albergaba el deseo –después tuve ese privilegio-, de darle cobertura a las múltiples actividades del Comandante en Jefe Fidel Castro, y acompañarlo, como lo hacían mis compañeros, en sus recorridos, inauguraciones de obras y otros tantos momentos.

Una noche soñé que yo estaba en el portal de mi casa natal, regando las plantas sembradas allí en macetas, y removiéndole la tierra de otras para darle la bienvenida a nuevas variedades. De pronto me percato que junto a mí estaba Fidel, vestido con su traje verde olivo, quien con una sencillez pasmosa se había sumado a mi habitual faena dominical.

Enterados de la novedad, numerosos reporteros de todos los medios de prensa se agolpaban –entre asombrados e incrédulos-, tras una de las rejas de la vivienda, que dan justo a la céntrica avenida 31, en el municipio de Playa.

¡Comandante….Comandante!, repetían con insistencia, mientras extendían sus micrófonos, cámaras y grabadoras, en franca disputa por ocupar el mejor puesto para reclamarle su atención, y desentrañar las razones de su presencia en aquel lugar.

De repente se viró hacia mí y me aseguró bajito: “No te preocupes, la noticia que debo anunciar nada más te la daré a tí”, dijo en tono tranquilizador. Y desperté.

La franca complicidad de aquella mañana entre el Líder Histórico de la Revolución y aquella joven profesional que yo era entonces, jamás sucedió. Sin embargo, fue como una premonición de los muchos momentos por venir, que me concedieron la oportunidad de verlo muy cerca, e incluso interactuar con él en una jornada memorable, pero más que todo divulgar sus obras, programas sociales y un legado omnipresente, que parecen sueños, pero no lo son.