La Televisión difundía la imagen. Un niño italiano alzaba una banderita cubana al paso de los médicos que llegaron a su país a tratar a los enfermos por COVID-19. Desde mi Isla interpreté el gesto como “gracias por venir”, “bienvenidos”,“no están solos”. Hubiera querido saber más. ¿Quién se la facilitó?, ¿le dirían que era la primera vez que médicos cubanos llegaban al continente europeo, precisamente, para prestar ayuda a un país del primer mundo?, ¿que es tradición dar lo que tenemos y no lo que nos sobra?
No sabré nunca quién le habló a ese pequeño de Cuba. Si su familia integra un grupo de solidaridad con nuestro país, si vinieron acá como turistas y llevaron la banderita como un suvenir o si alguien se la fabricó. Puede ser un misterio, pero lo que no es un misterio es que Cuba se conoce y que esa banderita estremecía en las manos de un niño. Quise suponer que cuando pasen los años se sabrá testigo de un momento crucial en la historia del mundo. Una pandemia amenazaba con extinguirla y el personal cubano de la Salud acudía a colaborar con sus saberes.
No sabré nunca quién le habló a ese pequeño de Cuba, pero quiero imaginar que, si no lo sabe, una vez adulto, busque en el mapa esta isla, y seguro quedará asombrado de ver que un pequeño punto en el plano comenzó hace muchos años su ayuda humanitaria por Argelia, luego acudió a Chile, Perú, Centro América, América del Sur, Pakistán… Quiero imaginar que si aún conserva la banderita, la volverá a levantar.