Foto: Joyme Cuan

Después de tanto nadar uno no puede morir en la orilla. Los mayores de casa solían decirlo para recalcar lo ilógico de entregarnos con todas nuestras energías a un objetivo, y declinar justo cuando se está a punto de llegar.

Traigo de vuelta el viejo refrán marinero, convencida de que en La Habana no faltarán las brazadas que sean precisas para revertir el crecimiento de la curva epidemiológica que nos coloca en el centro de la pandemia de la COVID-19.

Alcanzar la meta como ganadores de esta lucha por la vida, supone, -como pidiera el Consejo de Defensa Provincial-, trabajar con mucha seriedad y rigor, con mayor acompañamiento del pueblo.

Somos, prácticamente, la única provincia donde hay transmisión, y continúa la alta prevalencia de asintomáticos, con días del 81% de personas sin síntomas. Tan preocupante como las colas con aglomeraciones y la presencia de no pocas personas fuera de sus casas sin razón de peso, son los espacios interiores.

Que los centros de trabajo hayan experimentado un alza de casos confirmados, obliga a los dirigentes a poner entre las prioridades la vigilancia y el cumplimiento de lo indicado, pues basta uno para desatar la afectación de muchos.

Nos encontramos en un momento peligroso de la epidemia y ahora la responsabilidad es el gran reto de los capitalinos. Sin embargo, no basta con el llamado si no se arrecian el enfrentamiento y la exigencia contra las conductas que propician la alta circulación viral aún presente.

El coronavirus sí tiene rostro y es el de los indisciplinados, los negligentes, los transgresores, que intentan echan por la borda los desvelos de tantas personas, quienes, sin apenas tiempo para el descanso, buscan la orilla en medio de este complejo contexto sanitario.