Foto: Francisco Blanco

Mi entrañable amigo Jorge Luis, en su condición de invidente, acumula no pocas anécdotas y vivencias generadas por situaciones en el entorno urbano. Hace poco se disponía a cruzar la céntrica intersección de 23 y 12 cuando repentinamente alguien, sin previo aviso, le tomó del brazo, -precisamente con el cual aguanta su bastón- y lo desplazó en un santiamén, al tiempo que repetía: “suelte, suelte el palito, yo le ayudo”.

Agradecido, y por supuesto muy risueño con la frase del buen hombre, quedó mi amigo al otro lado de la vía, quien volvió a reafirmar cómo los nobles gestos deben llegar de manera adecuada.

Preguntarle a un invidente o débil visual si desea recibir ayuda es lo primero. Si la precisa, entonces le ofreceremos el brazo y nunca sujetaremos la mano portadora del bastón. Otras recomendaciones son no usar frases como por allá o por ahí, sino a su derecha o izquierda, delante o detrás.

Sepa que nunca debemos tocar a un ciego antes de hablarle; este vive pendiente del medio y al tocarlo puede reaccionar inadecuadamente. Para subir una escalera, tómele la mano y colóquela en el pasamano. Avísele cuando esté ante el primer escalón y la proximidad del último. Ante un obstáculo debemos hacérselo saber describiéndolo y no diciendo, ¡cuidado!

Si habla con un ciego, cuando se marche despídase. “En numerosas ocasiones nos quedamos hablando con nuestra sombra, la cual tampoco vemos”, le escuché decir a uno.

Ideas como estas se encuentran en una guía práctica confeccionada por la Asociación Nacional del Ciego –ANCI- en La Habana, y en otros materiales editados sobre el tema. Al acercarnos a ellas y ponerlas en práctica, estaremos haciendo un aporte al empeño de hacer verdadera la inclusión.