Por segunda vez enfrentaré la dificultad del combustible para cocinar los alimentos. La primera fue en la década del 90 cuando se programó por horarios la entrega de energía eléctrica y en mi cocina reinaba un fogón que gastaba corriente al por mayor. Alertada por la empresa adecué el consumo y todo marchó. Hoy los consumidores de gas licuado recibimos una noticia de las dificultades que debemos desafiar. Confieso que me desconcerté.

Somos muchísimos los posibles afectados. Y aunque informaron que solo podrá garantizarse para los centros que brindan servicios básicos a la población, fuimos llamados al ahorro y a ajustarnos a las medidas que tomará la Empresa de gas licuado. Mientras leían la nota, mi memoria retrocedió a aquel día cuando Estados Unidos decretó el bloqueo y quienes vimos llegar esa cruel medida comenzamos a sufrir las más disímiles escaseces resueltas muchas con el ingenio de padres, científicos, obreros comunes.

Tengo confianza. Y les hago una anécdota: una amiga extranjera que vive actualmente en La Habana, cuando en septiembre se dieron a conocer las medidas por la escasez de combustible, me llamó alarmada y dijo ¡hay que evacuar a los niños. ¡Será terrible! Me entró un ataque de risa y le dije “el bloqueo comenzó cuando tenía nueve años y mírame, aún estoy viva”. Días después, al hablar con el esposo refirió, gracias a ti J…. se tranquilizó, la niña sigue en el círculo, todo es normal.

Hace poco, mamá refería que nunca había visto tantos plátanos burros. Solo dije que se emprendieron masivamente esas siembras porque son más resistentes a enfermedades, ¿has olvidado las compotas que aprendimos a realizar? Son miles los ejemplos de los caminos iniciados para enfrentar ese bloqueo que pretende borrarnos del mapa. En una ocasión cuando estaba becada, un hombre que pasaba por la acera me pidió que le regalara algunos frutos de la mata conocida como del pan. Le respondí: “puedes coger los que quieras”. Una cocinera que escuchó dijo: “si los regalas todos, dejarás de comer en los fricasés de pollo eso que tú crees, son papas”.

Cada cubano tiene una fábula que contar. Donar (nos) medicamentos, comida, ropa. Salir corriendo por un vecino con quien tal vez nunca conversamos. Prestarnos un disco, una película, llamarnos cuando comienza la novela porque el televisor está roto. Somos un haz ajustado, eso explica que sigamos vivos.