Tocó el timbre de la puerta como corresponde en casa ajena. Al ver que nadie salió a su llamado volvió a intentarlo, sin prisa. Me asomé por el balcón y dijo: “Salud Pública. Buenos días”. Era un joven alto y sus buenos modales me atraparon. Le pedí que aguardara unos segundos y bajé a recibirlo.
Reiteró el saludo y pidió disculpas por la molestia de tener que revisar mi hogar. Le aseguré que no era ninguna y que, por el contrario, él era bienvenido. Entonces hizo lo suyo con cuidado minucioso, como debiera distinguir siempre el trabajo de la campaña antivectorial. Revisó el patio, preguntó por los depósitos, observó la cisterna, comprobó mis afirmaciones… Ser cooperativa, como siempre nos mostramos en casa, fue una manera de reciprocar la ayuda de ese muchacho, quien, a la espera de arribar a la universidad para estudiar la carrera que le apasiona, Cultura Física, pasa su período de Servicio Militar entregado a una tarea en bien de nuestra protección personal y, por ende, de nuestras vidas.

Me pidió el visto y en una hoja propia anteriormente colocó algunos datos sobre cantidad de tanques y otros detalles que respondí con extrema sinceridad. Al despedirlo pensé en muchos otros como él, dispersos cada día por las calles de esta ciudad y de Cuba toda, para no dejarle tregua al Aedes aegypti, lo cual no será una certeza si falta la participación de nosotros en impedir al vector su presencia en las casas y también del trabajo intersectorial.
Ya lo había despedido, mas sentí que algo faltaba. “¿Cómo te llamas?”, pregunté, y me miró con cierto asombro. “Luis Enrique López Sánchez”, dijo, mientras otra vecina le abría la puerta.

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