Compañera, compañera, dijo una mujer en voz alta en una guagua repleta de la ruta 95.Alguien tocó mi hombro y señaló, es con usted. Al virarme la señora comentó, “anoche la vi en la Tv y dije esa mujer es ama de casa, mira como le pide a Fidel que hay que sembrar condimentos”. Sonreí y pensé ella no se imagina que cuando lo tuve frente a mi quedé muda, que lo vi tan alto que sólo acerté subir dos peldaños de la escalera que tenía cercana para quedar a su altura. Él dijo “¿y no me vas a saludar? Y fue cuando reaccioné, la mano que tenía el micrófono temblaba, él se percató la apretó suavemente y luego la soltó y mis pregunta comenzaron a fluir.
Diría que no fue una entrevista, fue un intercambio. Conversamos sobre la agricultura de esos tiempos cuando la entonces llamada Habana campo estaba imbuida de un plan de siembra de plátano fruta por el sistema con riego. Preguntó por algunas producciones y aproveché para comunicarle opiniones de algunos campesinos acerca del cultivo del maíz. Y por supuesto le hablé de los condimentos.
Quiso saber, además, cómo nos movíamos por el campo en busca de informaciones y si alcanzaba el combustible. Fue un día muy agradable.
En otra ocasión, cuando inauguraron el frigorífico de Alquízar para conservar producciones de papa que garantizaría la posterior distribución, estaba molesto porque había salideros de amoníaco y dijo una palabra que me alarmó, se percató de mi presencia, me puso una mano en el hombro derecho y dijo “a veces es necesario decirlas”.
De mi conversación más difícil ya publiqué en este sitio .Pero el momento más alegre, ese que el corazón late aceleradamente fue en el Palacio de las Convenciones. Hacía mucho tiempo no lo veía de cerca. Estaba en el área de la prensa, me levanté para pedir una toma al camarógrafo y Fidel desde la presidencia donde estaba sentado, me miró fijo, y con una mano a la altura del pecho me saludó. Lo que nunca le dije fue que esta guajira llegó a la Habana gracia a él.