No le hace falta un llamado a detenerse, ni que el país transite por tiempos de contingencias. Cuando Alejandro García sale con su carro particular a la calle, jamás apaga el motor de la solidaridad. Y ese, que conste, no echa andar con gasolina o petróleo, sino con buena voluntad.
Ahora que por estos días se realzan tantos y buenos ejemplos de conductores de vehículos estatales –también de particulares–, quienes de manera inducida o espontánea nos ayudan a llegar a nuestro destino, él siente un regocijo muy hondo.
Nunca ha escatimado en dar “botella” a quien se la pide, pero también, voluntariamente, se muestra sensible con el abuelo que espera en una esquina, la mujer con el pequeño en brazos, o ante otras tantas personas, la mayoría sorprendidas “pues esto que usted ha hecho es un milagro”.
No saben ellos que el milagro verdadero está en la satisfacción de actuar en plural, y que, si cada jornada nos diéramos la mano para convertir en regla las respuestas sacadas a flote en momentos de premuras, podríamos derrumbar cercos y muros más inmensos que esos que nos intentan levantarnos desde afuera.
Cuánto agradeceríamos que el chofer de aquel Transmetro siguiera deteniéndose, por voluntad propia, y pensando que “este carro es del pueblo”; también que al del Banco Popular de Ahorro se le viera cumplido el sueño de ensanchar su vehículo para poder montar a muchos más, o en una parada nunca faltara la fila de carros, como cierta mañana presencié en 19 y 70, en Playa, para brindar cooperación ante el inspector de turno.
Mientras tanto, Alejandro García, con su vehículo particular, seguirá por las calles de esta ciudad sorprendiendo a quienes recoge, porque la sensibilidad no precisa de tiempo, ni límites, ni momentos.

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