No podía dormir, retumbaba en mí, la suplicante la frase, "dile a tu hermana que me  ayude". No conocía a la mujer que había enviado el mensaje, solo sabía que era compañera de uno de mis hermanos y pensaba que, como periodista, tendría yo a mi alcance resolver  su problema. Por suerte, pude solucionarlo y todo quedó ahí. Pero un día llamé a un diario de circulación nacional  para hablar con una colega. La persona al otro lado del teléfono sólo me permitió saludar y enseguida dijo "¿usted es la señora que nos pidió le buscáramos un turno médico en…?"

Sonreí y pensé: "ya veo que muchos ven en los periodistas a personas que, tal vez, como conocemos a muchos otros tenemos en las manos cualquier tramitación." Y es que un periodista, además de informar, es un ente activo de la sociedad. No concibo que alguien necesite ayuda y negársela. El  periodista lo es siempre esté en su centro laboral o en casa. ¿Imagina usted que una enfermera o un médico sólo actué ante alguien que le  pide ayuda sólo si está de guardia en el policlínico, en el hospital o en consultorio del médico de familia? ¿Que usted tenga un vecino de esas profesiones y al necesitarlos le digan que lo sienten pero que no pueden, pues están de descanso? ¿Que alguien le solicite prestado un libro o un diccionario para ayudar a su hijo en una tarea y no se lo preste?

Lo primero que debemos hacer es colocarnos en el lugar del otro, ante el dolor ajeno, necesidad, agobio. Saquemos de adentro lo humano que tenemos, que hemos aprendido en tantos años de solidaridad. No hay que salir gritando para que los demás aplaudan. Sólo mirar al que ve en nosotros la posible solución a algo que les apura. Sólo seremos verdaderas personas.