
Quiero felicitar a los hombres que un día despertaron con la pregunta ¿papi cuándo viene mami?, y miraron a lo alto para no mostrar sus ojos nublados. Esos que adoran a sus hijos, pero sin dejar de quererlos priorizaban la economía hogareña y dejaban a mamá las tareas escolares, las preguntas difíciles, pero un día cuando nadie lo sospechaba ella no estaba y tuvieron que asumir el doble papel.
Felicito a quienes cohibidos ante tamaña tarea acudieron a compañeras de trabajo, vecinas y mujeres de la familia para que los orientaran, enseñaran a peinar esos cabellos largos que la niña no quería cortar, a tejer una trenza, enfrentar preguntas femeninas de la adolescencia…, porque con el varón era menos difícil.
A esos padres que dejaban a sus niños en el círculo infantil y los recogían en las tardes, jugaban con ellos, hacían tareas y junto a sus hijos extrañaron a mamá, que -independientemente de la causa de la ausencia- le hablaban de ella como la mejor de las personas.
Conozco a varios papás que la vida les puso esa prueba y al preguntarles por los momentos difíciles se han pasado las manos por la cabeza y respondieron: “la mayor recompensa es la sonrisa de mis hijos”. He preguntado a una amiga criada por su padre y sin pensarlo dijo, “mi padre es lo mejor que me ha dado la vida”.