Foto: Archivo de Tribuna de La Habana

Una nueva hornada de revolucionarios ha sido propuesta como miembros del Comité Central, en el x Pleno
de la organización partidista. Siento orgullo. Una vez más, el pensamiento del Líder histórico de la Revolución cubana, el Comandante en Jefe, Fidel, está presente. No podía ser de otra manera. Su ejemplo
ha germinado, a pesar de los miedos, el odio visceral del enemigo y las sombras de quienes acechan desde adentro y de los que amenazan desde afuera.

En lo particular, recuerdo las enseñanzas de mi padre y sus advertencias: “lo único que puede destruir la Revolución, es la falta de unidad, de confianza. Evoco la tarde en que por tercera vez, en varias etapas de mi vida me preguntaba: ¿Qué eres, revolucionario o comunista? Tenía ocho años cuando le escuché, por vez primera, la interrogante. Le miré a los ojos. Tuve miedo responder, pero lo hice: ¡Comunista! Lo había escuchado de Fidel y pensé, que entre Fidel y mi padre, los dos padres, no habría diferencias para definir entre aquellos conceptos que el ser comunista era algo superior a ser revolucionario. Entonces mi viejo acentuaba y me confundía: “Soy revolucionario…”. Pero sentía que Fidel tenía la razón. Era aquel gigante de moral y principios quien señalaba el camino, en sus estremecedoras comparecencias que escuchaba todo el mundo; incluso más allá de los confines de Cuba. Mi padre sonrió. No entendí. Pero volvió con la
interrogante cuando era un adolescente y volví a ratificar lo que ya había dicho antes. Desde entonces me llamaron “el rojo”, con apenas catorce años. Sentí orgullo por ser comunista.

Casi enfermo, veíamos a Fidel en un discurso por la televisión y me preguntó por tercera vez. Estaba en la mitad de la carrera de Periodismo. Fui duro en la respuesta y aún me duele, pero también aprecié, por vez primera la profunda compensación de su respuesta: “Entonces debes cuidar a Fidel, esa es tu tarea. Cuidar a Fidel es cuidar la Revolución”.

Es por convicción que soy comunista. Así lo demuestro en cada acción de mi vida. Así, lo hice en octubre del
87 cuando los estudiantes de periodismo nos reunimos con Fidel en un salón del Consejo de Estado y, al siguiente día, recibí la propuesta –por orientación de Fidel- para integrar las filas de la UJC. Desde entonces no he dejado de trabajar, sin pedir nada a cambio. Realmente no son las cuestiones materiales las que me motivan. Nunca lo han sido.

Por supuesto, no soy perfecto. Es precisamente una de las cuestiones que me obliga a mantenerme “despierto”. Escuchar los señalamientos y erradicar los errores. La lucha que se nos hace es a pensamiento. No será la primera vez que enfrento el odio latente desde las sombras por la posición asumida. Por supuesto, el odio jamás podrá mantenerse bajo la luz del sol.

Otras informaciones:

El camino más largo