Foto: Ismael Francisco

Corría el mes de abril de 1992, en el campamento agrícola Mosquito, ubicado en el municipio de Güines,
actual provincia de Mayabeque, bullía el entusiasmo, a pesar que la lluvia había extendido se presencia
sobre desde la noche anterior y el fango colorao llegaba por encima de los tobillos.

Decenas de jóvenes aprovecharon el “oreo”; mientras algunos oteaban el camino que se abría entre el horizonte cultivado. Esperaban a Fidel. Las comisiones previas al VI Congreso de la UJC habían trabajado fuerte. Se había discutido duro cada preocupación, conscientes de que nada vendría–como antes– de la antigua Unión Soviética.

Eran los inicios del llamado Período Especial y la dirección del país buscaba variables de resistencia y se pusieron a prueba en resortes de producción y servicios que habían permanecido retenidos por la falta de recursos para garantizar la continuidad de programas de desarrollo que conformaban una estrategia de resistencia, sostenibilidad y avance en el desarrollo (fundamentalmente) del programa alimentario, la industria y las ciencias, con el Polo Científico. Esta última nos salvaría –casi dos décadas después– del impacto de la pandemia que arrasó con millones de vida en todo el planeta: la Covid-19, por citar un solo ejemplo.

El alboroto se armó cuando llegó Fidel. Saludó a todos y comenzó el intercambio relacionado con las experiencias compartidas en las jornadas de trabajo de aquellos jóvenes –inexpertos de la agricultura– procedentes de las universidades y entre ellos muchos de la enseñanza técnica profesional.

Hice una pregunta relacionada con las excesivas normas y Fidel me escrutó con su mirada. Un círculo enorme se abrió y quedé frente al Comandante en Jefe. “Tú sabes bien que eso no es así”, afirmó convencido de la intencionalidad de mi cuestionamiento acerca de las normas establecidas para cumplir la tarea de cada día en aquellos campamentos de nuevo tipo, los cuales habían sido concebidos para garantizar el cultivo y la distribución de alimentos para abastecer a más de 3 millones de personas en la capital. La respuesta más completa, a mi pregunta, la tuvimos en la clausura del Congreso, exponía Fidel:

“Es decir, tiene cierta lógica, se explica, por esa contradicción, que el cooperativista suba las normas para tener que pagar menos por el trabajo de los asalariados. Cuando falta fuerza el campesino individual, por ejemplo, paga dos, tres y cuatro veces el salario, y lo puede hacer porque sus productos tienen muy buenos precios”.

Argumentaba con un razonamiento que puede explicar mucho de lo que actualmente vivimos con la comercialización de bienes y servicios a cargo de empresas no estatales. Subrayaba Fidel:

“Para recoger ajo, el Estado no puede triplicar o cuadruplicar el salario de un día para otro, porque el Estado tiene que atender al hombre todo el año y ver sus problemas sociales de vivienda, comedores, todo, mientras que el campesino independiente contrata a un hombre por tres días, cinco días, diez días, quince días, puede pagar lo que le dé la gana, a veces le lleva la fuerza de trabajo al Estado”.

Por supuesto, todo tiempo futuro tiene que ser, necesariamente mejor, evoco aquellas jornadas de contingencia laboral, donde la Juventud ofreció una demostración de unidad y compromiso con la Revolución, en medio de la situación más extrema vivida por el pueblo cubano con el corte abrupto de los suministros del campo socialista en Europa del Este, bajo el asedio de más de 500 horas de transmisiones contra Cuba, a través de las mal llamadas Radio y Televisión Martí, el precedente de tecnológico de la guerra mediática de cuarta generación que vivimos en tiempos de la Internet y del control, casi absoluto de las plataformas, de infocomunicaciones en manos empresas capitalistas.

Sin embargo, la alternativa era resistir y avanzar. Las universidades lo demostraron. Los jóvenes lo confirmaron. Fidel lo definía en aquella clausura del VI Congreso de la Juventud, en el aniversario XXX de su creación:

“Es tremendo —se lo puedo asegurar—, extraordinario el esfuerzo, yo diría que un esfuerzo digno de admiración y de respeto, y que realmente resultan injustas, resultan miserables algunas (…) argumentaciones en que se pretende ignorar este colosal esfuerzo que está haciendo nuestro pueblo”.

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