
Aquella mañana la ciudad amaneció cubierta por una gruesa capa de nubes de color plomizo que presagiaba, con las primeras lluvias de octubre, el comienzo de una temporada ciclónica activa. Sin embargo, bajo la amenaza de un inminente aguacero, pequeños grupos de estudiantes, separados por una frecuencia de 3 a 5 minutos, cruzaron la avenida 23 en dirección a la sede del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
El día anterior los estudiantes de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana desconocíamos que formaríamos parte de tan extraña e mperceptible caravana, aunque sí (excepto los alumnos extranjeros), habíamos recibido la orientación de escribir (cada alumno) dos preguntas relacionadas con temas de interés político y social que nos inquietaban y la posibilidad de sostener una conversación con algunas de las principales figuras del Departamento Ideológico del Comité Central, en relación con el papel de la prensa cubana ante las difíciles condiciones que enfrentaba el país.
Así pasaron las horas. Largas horas en las cuales (finalmente) algunos pudimos intervenir. Cuando llegó Fidel, pedimos que nos explicara la situación que se vivía en la, entonces, Unión Soviética y qué podía pasar. Debo hacer referencia a la modesta, serena y valiente actitud de Fidel. Dijo, y recuerdo que no fue años después, que “mañana podemos amanecer con la noticia de que la Unión Soviética ha desaparecido” y con ella muchos de los planes, programas y convenios de colaboración establecidos por nuestro país. Fue el momento en que nos alertó de que debíamos estar mejor preparados para si llegara ese instante. Advirtió que viviríamos años difíciles y la amenaza de agresión por parte del gobierno de los Estados Unidos cebaría sus esperanzas de destruirnos con el recrudecimiento del bloqueo impuesto (oficialmente) desde 1962
por la administración norteamericana en el poder.
Personalmente, como muchos estudiantes, participaba en las jornadas voluntarias para la construcción de Círculos Infantiles, Consultorios del Médico y la Enfermera de la Familia y Policlínicos, pero reconozco (y no estoy obligado a decirlo) que, a pesar de mi presencia sistemática, no alcanzaba las horas voluntarias que hizo el Comandante en Jefe, después de duras jornadas de trabajo en relación con la dirección del Estado cubano.
Preguntó quién de nosotros salía después del turno de clases y cooperaba en una de esas construcciones. También charló un poco más animado y recordó que, por sus responsabilidades, no podía hacer muchas de las cosas que hacíamos los estudiantes: ir a la playa, a un cine o sencillamente caminar por una calle (como el malecón habanero) o pararse en una esquina.
Era realmente una oportunidad, no solo para hablar de los posibles errores y tendencias negativas (reitero) y que además como toda obra humana se pueden corregir, especialmente cuando se comenten bajo las presiones a las cuales estamos sometidos por el bloqueo impuesto al pueblo de Cuba, durante décadas, y por nosotros mismos. La idea de nuestra participación en una reunión con Fidel era de que podíamos aportar opiniones, argumentos.
Por supuesto, algunos de mis compañeros de la universidad, cruzaron la línea que nos separa en el espacio y el tiempo. Esa es su libertad.
Hicieron el camino que escogieron, pero en mi caso cumplo lo prometido, cuando al día siguiente –por orientaciones de Fidel- recibía la condición de militante de la ujc. Asumo el derecho a recordar que, una vez más, el Comandante en Jefe, Fidel demostró que podía ver el futuro; una virtud que es excepcional para aquellos que pueden viajar hacia ese espacio en el tiempo y regresar al presente para contarlo.
Cada uno de los textos: artículos, reflexiones, notas, escritos por Fidel es un valioso documento de cuyo análisis podríamos aprender y entender ese precepto martiano que reza: “Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna”.
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