El legendario guerrillero de franca sonrisa; imagen viva del pueblo cubano. Foto: Perfecto Romero

Entre otros muchos calificativos que le distinguen, sus compatriotas lo identifican como el hombre de las mil anécdotas, relatos que nos devuelven pasajes de su vida, en una criollísima conjunción de humor, descomunal coraje, patriotismo, sensibilidad humana… Cualidades todas que le hicieron granjearse el respeto y aprecio de cuantos le conocieran.

Hay hombres que nacen con estrellas en la frente. Llegan un día, no importa cuál, para mover mundos y corazones. Dioses mortales, capaces de hacer el milagro de multiplicar sonrisas, desterrar injusticias, despertar conciencias, atemorizar imperios.

Camilo Cienfuegos Gorriarán es, para los cubanos, uno de los ídolos más idolatrados. Le llaman Héroe de Yaguajay, apelativo ganado a coraje limpio, en combate desigual, en pueblito desconocido centro-norte de la Isla, que gracias a él alcanzó notoriedad; también le dicen Comandante de pueblo, Señor de la Vanguardia, y Héroe del sombrero alón; pero -aunque ganados justamente- más allá de tales calificativos grandilocuentes, para contemporáneos y hasta compatriotas más jóvenes que no le conocieron, sencillamente, todo se resume en un Camilo, a secas, cercano, entrañable, amoroso.

Ahora mismo, en su cumpleaños 93 pienso en Camilo. Le veo deambular por doquier, como hubiese deseado. Está aquí y acullá, deshaciendo entuertos, abrazado fuertemente la Revolución que hizo y a la que le ofreció la vida cuando todavía le faltaba mucho trecho por andar.

Está en los niños que conquistan escuelas y sueños, tras el uniforme del soldado veraz, con el médico, que siembra vida entre los suyos y en tierras amigas. Le veo en las calles, entre el murmullo, las alegrías y preocupaciones de su gente. Y ya en la Plaza grande, me mira de lejos, con ojos y sonrisa de quien no muere nunca y solo nunca está. A su lado, el amigo inseparable, que también mira y sonríe.

En este minuto, prefiero no evocar las flores vagando entre las aguas. Demasiada paz y demasiada vida en esa sonrisa enorme para evocar la despedida, que con sabor a lágrimas, enlutó a todo un pueblo.

Si de evocaciones se trata, en el febrero de su renacimiento, prefiero aquella sentencia de Fidel, con la cual pedía que cada vez que nos encontráramos en una situación difícil nos acordáramos de Camilo, de su infinita confianza en el pueblo, y su victoria.

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