
El aroma exuberante de la vegetación corre sobre un vientecillo fresco que juguetea por todos los rincones de la habitación. Es casi mediodía y los latidos acompasados, pero casi imperceptibles de la naturaleza, pueden advertirse en el parque ecológico y reserva natural de la biosfera Las Terrazas donde tenía su vivienda el duende de las orquídeas: Jorge Duporté; un artista de las artes visuales; vinculado con una de las especies más exóticas de la fl ora mundial.
Sentado y con una sonrisa que alternaba con una expresión meditativa en su rostro, generalmente, compartía con mi amigo, el pintor; mientras aquel develaba algunos de los misterios de las orquídeas en el reino de este mundo. Conocerlo, siendo un periodista joven, en el Fondo de Bienes Culturales en el corazón de La Habana colonial me obligaba a plantear la primera interrogante, después de la afi rmación de la escritora Natalia Bolívar quien, al presentarnos, me aseguró –en relación con la grandeza y sensibilidad espiritual de este artista vinculado con la investigación científica en el Jardín Botánico Nacional–: “No pierdas de vista su trabajo porque trascenderá”, había dicho la etnóloga y autora, entre otros textos sobre la religión Yoruba, del libro Los Orishas en Cuba.
Por entonces, apenas se le descubría en las salas expositivas de la capital; debido a su labor como integrante de un colectivo de hombres de ciencias. “Vengo del Orquideario de Soroa, el más grande del país, a donde voy a realizar mis estudios. Lo interesante es que muchas de estas fl ores son diminutas y debo exponerlas bajo el lente de un microscopio. Esa tarea exige muchísima disciplina, para lograr la concentración y exactitud al reproducir en un dibujo que tiene dimensiones cientos de veces mayor que la original”, me dijo, y pienso en la búsqueda constante de los artistas en el proceso de creación; pienso en la verdad del sueño cumplido de Fidel para crear las escuelas de arte que hicieron germinar el talento de generaciones de
cubanos y colocar a este archipiélago en la referencia para la cultura de muchas naciones del planeta. Llegó hasta el pensamiento martiano que me escribió (Duporté) detrás de uno de sus dibujos:
“Cada artista debe buscar su propio camino de expresión y hacerlo de manera elegante, decorosa, donde no exista margen para la vulgaridad. Se puede pintar de todo, en cualquier parte, la forma es lo importante. No soy un ermitaño. En realidad, la estancia en este retiro natural, me permitió acumular más juventud”.
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