
En términos sagrados de su concepto “Patria es humanidad”, José Martí representa el arquetipo sublime y valioso de lo que un hombre debe sentir por su tierra y su gente. Su obra de vida esculpida en el grillete que le “abrasó” como el fuego la piel, se convirtió en canto, versos, prosa poética, expediciones, machete y revólver en mano que serán –ejemplos perpetuos, a través del tiempo, en el legado formidable de inspiración para que jamás las generaciones futuras pierdan el rumbo y mucho menos el sentimiento y orgullo de su cubanía.
Martí no se enseña con lecturas candentes y de efemérides, sino de la misma forma que nos presentó La edad de Oro, en textos que deben ser compartidos de pecho en pecho, sin referencias fuera de contexto que anulen la precisión de su pensamiento en la prioridad de las urgencias de la Patria grande: la América toda. Debemos rescatar la entrega de la Escarapela de Martí y del anillo que se hizo con parte del grillete que le apresó y tiene el nombre de Cuba.
Es preciso –bajar– al hombre concreto, el patriota, no al Dios distante ni intangible, sino al ser humano arriesgado, valiente y simplemente cubano que implicó su corazón a la condición humana. El “Olimpo” aleja la virtualidad verificable; sin embargo, lo real de nuestro tiempo, la necesidad de enfrentar las injusticias y defender la soberanía, en todos los sentidos, acerca a las esencias más profundas de los hombres y despierta la esperanza al multiplicar su ejemplo, en un océano de gratitud y virtudes que emular.
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