Este sábado la bodega, donde realizo mis compras de la cuota normada, no abrió a la hora señalada. En derredor varias personas expresaban su malestar con los rostros compungidos, otros comentaban sobre la Marcha del Pueblo Combatiente; mientras algunos hacían referencia al discurso del Presidente de la República en la Clausura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, con una sentencia: “La exigencia de la disciplina y el control son de los problemas que debemos enfrentar”.

Durante la espera pude hacer mis conjeturas –dentro de la subjetividad-, pero con ciertos argumentos compartidos con las experiencias de mis vecinos. “No hay cartucho como antes, pero te roban igual, porque no puedes ver lo que registra la pesa electrónica…” y ponían ejemplos de la sal, un poco mojada y lo más importante, el tiempo de espera para el despacho, oscilaba en los diez minutos.

Por supuesto, el bodeguero había llegado casi dos horas después de lo señalado en la apertura del establecimiento. Sin embargo, respondió a la interrogante de cuándo cerraba con una expresión lacónica: “¡Como siempre!, a la una (de la tarde).

Entonces la mujer que interrogó, hizo una expresión que corroboraba su intención de “marcarlo”, como decimos en el argot popular. “Es una fiera, ahora tumban con el tiempo…”

¿Tumban?, me pregunté. Y tal parece que me leyó el pensamiento. “Sí, hoy es sábado y algunos envíos tienen fecha de caducidad para comprarlos” y otra alerta que me sirvió cuando estuve frente al mostrador: luchar contra el “olvido” de quien se hacia el majá pintón y no colocaba todo lo apuntado y cobrado, con una sonrisa hipersónica. “…se me olvidaba”.

Salí con un estribillo en la cabeza: “Se acabó el cartucho/ cuidado con la pesa/ si te mareas en el mostrador, te pasan la cuenta”. Y pude alcanzar a escuchar cuando el dependiente señaló al último de la cola que terminaba su horario con él.

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