Foto: Tribuna de La Habana

Ayer se fue el fluido eléctrico en el barrio poco antes de la medianoche y no se restableció en toda la madrugada.

A primera hora de la mañana, sin dormir y luego de un desayuno de tiempos de guerra, partí al capitalino Coliseo de la Ciudad Deportiva a dejar constancia del recibimiento oficial de la delegación cubana que participó en los Juegos Paralímpicos de París 2024.

El cansancio y la distancia de casi cuatro kilómetros que me separaba del mítico recinto me hicieron dudar, lo confieso, pero con qué vergüenza contaría después que esas barreras me hicieron flaquear, cuando esos atletas tuvieron que rebasar gigantescas piedras para alcanzar la gloria.

De qué manera podía quedarme en casa, vencido por las circunstancias, cuando esos hombres y mujeres luego de sufrir graves accidentes, nacer con malformaciones congénitas o padecer enfermedades, se levantaron como el bíblico Lázaro, echaron a andar y le dieron una lección al mundo.

Qué justificación absurda daría después de ver a Ulicer Aguilera lanzar la jabalina lesionado en una pierna dispuesto a regresar a La Habana en silla de ruedas o al guía Yuniol Kindelán correr al lado de la multicampeona Omara Durand ”con la vida" como me confesó después, producto de otra lesión.

No podría hacerlo por decoro y respeto ante tantas historias épicas y allí estuve, para ser testigo de la llegada de los dioses del Olimpo y del cariño que le profesó el pueblo agradecido por sus hazañas.

Al final del acto protocolar cayeron las bardas que separan a los mortales de sus héroes y el encuentro no pudo ser más conmovedor.

A Durand, 11 veces titular paralímpica y ganadora de tres preseas doradas en esta cita estival parisina, estuvieron a punto de cargarla en hombros y llevarla en procesión por toda la Vía Blanca como si fuera la mismísima Virgen del Cobre.

Abrazos, fotos, confesiones y lágrimas quedarán para la historia y serán materia prima para futuras crónicas.

En caravana salió la comitiva a recorrer varias arterias capitalinas rumbo a diferentes centros científicos y de enseñanza, donde un grupo de privilegiados como yo les dará personalmente la felicitación en nombre de todos los cubanos.

Yo no pude más y regresé a casa arrastrando los pies. Aún no había llegado el fluido eléctrico y apenas tenía batería mi móvil, pero sin dudas traía toda la luz del planeta en mis manos para cumplir mi tarea.

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