En un parque está sentada una pareja, quizá un matrimonio o sencillamente novios; no se miran, no se acarician, no se dicen palabras de amor al oído, solo observan sus respectivos móviles. Una madre trata de entablar una conversación con su hijo, -difícil tema-, está jugando en la laptop con audífonos puestos: no la escucha, no la atiende ni la entiende…, cuando al fin logra llamar su atención, él solo responde: no puedo parar el juego ahora. Y continúa. Con gran decepción y mayor soledad, ella se retira.

Los ejemplos serían interminables y esto es tan solo un comentario en pos de llamar la atención, sobre la “soledad tan concurrida”, a la cual nos dirigimos sin frenos.

Y llegó la IA (inteligencia artificial) que hace todo lo que le pidan, incluso crear noticias e imágenes falsas, para arrasar incrementando las fake news, en el ciber espacio.

La comunicación, la palabra directa, un buen intercambio real y no virtual es algo intrínseco al ser humano. No nos convirtamos en máquinas, porque el tiempo se nos escapa con velocidad, y lo que dejamos de vivir no regresa; la sonrisa, las frases de cariño o amor, los susurros de la complicidad, es imposible expresarlos con stickers o emoticones.

No voy a hablar ahora de los padecimientos surgidos debido a ese frenesí tecnológico actual, eso lo dejo para un próximo comentario, pero, cuando nos demos cuenta, nos embargará el más yermo desamparo, y ya será tarde para reconquistar los momentos perdidos.

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