Foto: Tomada del perfil en Facebook de Boris Luis Cabrera Acosta

Aquella tarde no pudo terminar de ver el documental. Se levantó de la butaca sin que nadie lo notara y escapó del teatro de la facultad con el pecho apretado, un ardor en la garganta y una lágrima retenida en sus pupilas.

El tema de la emigración lo había marcado para siempre, cuando parte de su familia materna salió un día por el puerto del Mariel rumbo norte, en una embarcación atestada de paisanos de las más diversas capas sociales.

Las imágenes de familias reencontrándose en el aeropuerto de La Habana después de más de una década, la música de fondo de Pablo Milanés y la magia de Estela Bravo detrás de las cámaras, despertaron demasiadas sensaciones que no pudo soportar.

Aquel niño que un día, de golpe, perdió a sus abuelos, tíos y primos, ya era un joven de 22 años estudiante de matemáticas y solo había sabido de ellos por esporádicas cartas, que recibía su madre casi a escondidas.

Hoy tiene 50 años y después fue protagonista varias veces de esas mismas escenas de reencuentros que estremecen el alma, estallan el pecho, hacen arder la garganta y brotar lágrimas.

Sus abuelos ya no están en este mundo, sus primos se han multiplicado y su familia sigue saliendo rumbo norte en una caravana eterna y dolorosa.

No entiende de política y se dedica a escribir crónicas deportivas, pero defiende a muerte los buenos cubanos que habitan el planeta, aboga por la unión de todos y sueña con el día que caigan los muros que impiden los abrazos.

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