Nancy Morejón Foto: Tomada de Prensa Latina

Hacía unos meses había abandonado mis estudios universitarios ante el nacimiento de mi primogénito y la aguda crisis que atacaba el país en la última década del siglo pasado, me obligó a cambiar el derrotero cuando apenas faltaba un año para recibir mi condición de graduado universitario y, por demás, no tenía otra opción frente a la disyuntiva de aceptar o declinar una plaza de auxiliar de mantenimiento, en la Casa de las Américas. En realidad fue lo único que pude conseguir.

Realizaba mi jornada cuando aquel libro me llamó la atención en medio del ambiente afrocaribeño que reinaba en la oficina donde me disponía a trabajar. Se trataba de una edición extranjera de la novela 1984, del británico George Orwell. Sonreí porque me pareció anacrónica ver aquel volumen sobre el escritorio de la poetisa, académica y Premio Nacional de Literatura, Nancy Morejón, a quien durante mis quehaceres en su despacho nunca llegué a ver, personalmente.

El respeto al ambiente de trabajo de tan laureada poetisa, muy lírica y espiritual, me hacía reflexionar -en cada detalle- sobre la vida de esta mujer famosa desde los conocimientos que tenía por aquel entonces, acerca de su literatura en defensa de la igualdad racial y los derechos de la mujer.

Allí estaba (1984), desentonando con esa música marcada por tambores africanos, que inevitablemente imaginaba cuando miraba el decorado de la habitación, y no pude evitarlo: Me lo “robé”, o mejor dicho, ante esta palabra, lo “secuestré” …

Esa noche apenas dormí. Entre los llantos del bebé y un sentimiento de culpa azotándome a cada hora, con una puntualidad inglesa, devoré las páginas. La poetisa jamás supo de mi existencia y mucho menos conoce, supongo hasta ahora, de tan increíble historia. En los dos meses que pasé allí avivé mis inquietudes literarias en largas tertulias con escritores como Eduardo Heras León y Enrique Cirules, quienes se asombraban al ver a un joven aspirante a poeta, cargando cajas y sillas; pero ella jamás se cruzó en mi camino. Por supuesto que tampoco notó la ausencia de aquel libro en su escritorio que retornó, cuidadosamente, a la mañana siguiente, justo minutos antes de su llegada. Dejé la novela en el mismo lugar que la encontré, en medio del ambiente afrocaribeño que reinaba en su oficina. Sin embargo, parte de mi se quedó, definitivamente, inspirado por esta mujer, a la que suelo evocar desde los misterios que encierra la creación y la escritura.

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