La pregunta enfila hacia los espacios vacíos, aquellos lugares donde el tiempo no se acumula, por el contrario, puede descubrirnos lo olvidado por hacer. ¿A quién culpar? Tampoco la respuesta llenaría las expectativas de quienes navegamos por las autopistas del ciberespacio sobre plataformas condicionantes de todo lo relacionado con el nuevo diseño de la especie humana para adaptarse a las necesidades, también condicionadas, de códigos de actuar, alimentarse, vestirse y soñar, fabricados en los grandes laboratorios de Google, Yahoo, Facebook, por ejemplo.

No se trata de un rechazo a las tecnologías porque, de ninguna forma, podemos rechazarlas sin naufragar o “desaparecer”, literalmente hablando. Tampoco existen fórmulas o antídotos que puedan tirar de la cuerda en dirección contraria a quienes sostienen el control de millones de internautas directos o indirectos. Solo basta utilizar un teléfono celular para condicionar (reiteramos la palabra, más bien el concepto) determinadas actitudes que nos individualizan y secuestran hasta arrebatarnos la capacidad de discernir los peligros acechantes cuando se pierde la memoria histórica y cualquier vínculo con la autenticidad de nuestras raíces, para defender la identidad y la soberanía.

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