Foto: Raúl San Miguel

De buenas intenciones puede concebirse un espacio recreativo dirigido a retribuir con un merecido reconocimiento a los trabajadores. Así sucedía, hace apenas un año, en el Círculo Social Obrero Gerardo Abreu Fontán, ubicado en el municipio de Playa, donde el orden de los precios tenía el aspecto calmado del
mar cuando sobre la superficie corren los imperceptibles risos que provoca el viento, hasta que llegó el tsunami…

Primero la variedad de los platos en oferta se estremeció hasta el punto de que a los alimentos les resultaba imposible ocupar la circunferencia de platos, mientras los rones cubanos de marca registrada y los “pepinos” de refresco sellados, dejaron de acompañar las mesas sobre las cuales, las llamadas pipetas de cerveza dispensada resulta la opción más refrescante para competir con la escalada de los precios, fuera de ese entorno.

Por segunda ocasión el “módulo” para cuatro personas multiplicó su costo hasta superar los mil doscientos pesos que, muy pronto, escalaron hasta los casi dos mil, una cifra que –en apenas una semana- rompía el record al punto de sacudir los bolsillos –con menos oferta y peor calidad de elaboración–, para ubicarse en “olas” de tres mil cup, un número que siete días después superaban con medio millar más tres mil pesos de altura.

No vivimos en tiempos donde la otrora cierta bonanza económica nos permitía algunos lujos, digámoslo
así, disfrutar de estos centros recreativos, sin afectar el salario. Considero que ninguna oferta destinada a
compensar, estimular y reconocer –en un espacio cerrado, no abierto a todo el público– debe estar avalada por otros mecanismos de precios que imposibiliten al trabajador designado, sentir que puede disfrutar en familia, lejos de los excesivos costes de restaurantes y cafeterías administradas por particulares y donde la presencia de un trabajador no depende de un estímulo laboral o sindical, sino de su capacidad de pago y la posibilidad de hacerlo.

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