Foto: Radio Cadena Agramonte

Los adolescentes han nacido envueltos en las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (tic). Les hemos enseñado a utilizar móvil, tablet, televisión digital y el portátil; pero quizás no hemos puesto tanto empeño en enseñarles cómo ponerse límites ellos mismos. La cosa empeora si los padres también son adictos.

No se les puede culpar a ellos, al fin y al cabo, se dedican a hacer lo que ven. Además, el móvil tiene atracción, es fuente inagotable de contenido divertido y curioso.

Existen quienes se lo dan incluso a los bebés, para entretenerlos o para que acepte comer sus alimentos; mientras permanece concentrado en las artimañas de juegos y canciones tan psicodélicas. No calculan el
daño que pueden hacerles como: retardar su habla, la comunicación normal con el entorno, autismo inducido al resultarles indiferentes todo lo que no esté relacionado con ese simpático aparatico.

Por supuesto, los adultos sufrimos la dependencia no controlada de estas tic. En el trabajo, en la vida cotidiana, con certeza has vivido la situación, visto o padecido.

Estás hablando con una persona y cualquier notificación de su móvil tiene más prioridad que la conversación sostenida de forma directa.

Te encuentras en una reunión de trabajo y la mitad de los asistentes está más pendiente del móvil que de la reunión. En un parque puedes ver a un puñado de adolescentes sentados en un banco, utilizando su
móvil en lugar de interactuar entre ellos lo que se comunican a través de sus celulares.

Se hace terrible y patético no poder tener una conversación lejos de un móvil con alguna persona. No sustituyan nunca la risa, la conversación personal, ese intercambio risueño, cariñoso y fluido con las
amistades, la familia y la pareja. No somos obots, somos seres humanos que necesitamos un abrazo no virtual y el calor de una buena charla sin interrupciones.

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