Hablar de Cuba en términos peyorativos resulta fácil. Basta una docena de líneas en las cuales se describan
algunos de los problemas que enfrentamos los cubanos desde la imposición del bloqueo del Gobierno de Estados Unidos hasta la fecha, con un enfoque de mala intención (claro está) -a partir de la referencia de las escaseces de medicamentos, alimentos, problemas de la vivienda, transporte-, y hasta de las dificultades para comprar una calabaza que podría crecer silvestre en cualquier terreno abandonado.

Por estos días cualquier tema despierta la polémica; atizada desde la guerra mediática que se nos impone desde el ciberespacio con distorsiones de las causas que generan estos problemas económicos (léase política de Washington contra Cuba) replicada por quienes no conservan nada de la dignidad necesaria para identificarse con la memoria histórica de nuestra nación.

El bloqueo contra Cuba no es una cuestión del pasado. Debemos recordar el contenido de un memorando secreto, desclasificado en 1991, del subsecretario adjunto de Estado para los asuntos interamericanos, Lester D. Mallory, fechado el 6 de abril de 1960, cito: “(…) No existe una oposición política efectiva (…). El único medio posible para hacerle perder el apoyo interno (al Gobierno) es provocar el desengaño y el desaliento mediante la insatisfacción económica y la penuria (…). Hay que poner en práctica rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica (…) negándole a Cuba dinero y suministros con el fin de reducir los salarios nominales y reales, con el objetivo de provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.

Es la guerra despiadada que se nos hace con el objetivo de socavar la unidad que nos mantiene y encuentra nuevas fortalezas desde la familia y el barrio con esa fuente de luz que despertó la Generación del Centenario y nos legó Fidel para no sucumbir en el lado oscuro de la conciencia.

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