Los niños del municipio ahora pueden disfrutar de una escuela en mejores condiciones. Foto: Joyme Cuan

¡Tú no sabes más que mi maestro!”, me espetó el pequeño de mis hijos cuando apenas se asomaba a la adolescencia. Sentí la firme defensa a quien se encargaba de mostrarle el mundo de las letras y de la historia.

Confieso que pude ripostar frente a la decisiva frase, pero actué de una manera calmada al responderle: “Tienes razón, no puedo saber más que tu maestro”.

Traté de continuar explicándole, desde varias aristas, con una respuesta que despejara sus dudas frente a la incógnita de la tarea.
Entonces miré su rostro incrédulo y experimenté la imposibilidad de intentar ninguna otra respuesta.
Por supuesto, esa noche apenas pude dormir, después de repasar los libros y comprobar el error del maestro, y logré dormir cuando encontré una salida: personarme en la escuela y hablar con el docente. Lo hice, de la manera más respetuosa y ambos reconocimos la responsabilidad compartida en la educación de los hijos.

La educación en Cuba es un baluarte sustentado en pilares muy fuertes que la sostienen los miles de maestros y profesores formados en diferentes etapas desde el triunfo de la Revolución, sin dejar a un lado las primeras escuelas en las cuales pudieron recibir las primeras letras, en la Sierra Maestra, los campesinos, sus hijos y los combatientes del Ejército Rebelde.

El maestro no solo es responsable de los contenidos de la asignatura impartida a sus educandos, sino que en sí es portador de valores que imprimen un sello determinante en la educación académica de nuestros hijos y la conducta a seguir en medio de un contexto dominado por las avalancha de información digital recibida en las redes sociales con puertos unipersonales (tabletas y celulares); a través de los cuales reciben mensajes plagados de comunicaciones enajenantes, distorsionantes e incluso dominantes.

Debemos tener en cuenta la necesaria preparación de los maestros para esclarecer y develar la intencionalidad de aquellos que pretenden borrar cualquier vestigio de nuestra historia y colonizar a las nuevas generaciones de estudiantes; mediante el bombardeo de programas “didácticos” concebidos con el propósito de establecer patrones de conducta en contraposición al camino sobre el cual, en nuestro sistema de enseñanza, avanzamos.

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