Foto: Alejandro Basulto

Conté 45 minutos entre el tiempo que llegué a la parada y el momento en que monté en la guagua. Es difícil saber cuál debe ser el intervalo entre una y otra, pues eso responde al recorrido de cada una; lo que sí me habían dicho es que estaban “insoportables” como si un artefacto tuviera cualidad humana.

Y aunque es cierto que la demora me impacientó muchísimo –como al resto de los congregados–, pude apreciar no más subirme que el conductor tenía vuelto incluso para diez pesos y que el chofer no perdía ni un ápice de parsimonia cuando la gente quería “montar por detrás”, habiendo espacio suficiente en la primera puerta.

En ese sentido, creo que el transporte público en la capital ha mejorado; reitero, en ese punto, ya que no me es dable analizar los horarios de pase que, con certeza, son muy distantes unos de otros. Creo una muy buena costumbre imitar algunas extranjeras, que en sus tablillas de estación ponen el probable horario de tránsito. Y, ¡sin exageraciones! Sabido es que en esta Isla tórrida jamás tendremos puntualidad alemana o japonesa. No obstante, sería muy provechoso cierto rango de orientación sobre más o menos cuándo deberá pasar un ómnibus urbano, tanto para el público como para los transportistas: para alabar o criticar ese servicio; es decir, para el control popular, asignatura que vamos reforzando.

Otra cosa que he notado son las ausencias de inspectores: ¿qué les pasó, la COVID–19 los colocó en tareas prioritarias de salud? Para cuidar el orden de la cola eran imprescindibles. Mucho se habla de las vacunas y de cómo debemos ayudarlas a sedimentar su eficacia, pero, ¿dónde ha quedado nuestra conciencia acerca del necesario distanciamiento físico? Es obvio que nadie quiere quedarse en la parada, sin embargo, hay que organizar mejor. En La Habana otras opciones van “a toda rueda” al montarse únicamente los asientos que quedan vacíos. En las guaguas no.

Y hablando de los lugares que ocupamos en el transporte público y que ha generado más de una discusión durante décadas: ¿no cree que un cartelito “no hace al monje”? Si usted está bien arrellanado y contento del trayecto sentado en un sitio “normal”, y en eso sube una mamá con bebé en brazos, un niño, o una persona con discapacidad, el resorte debería ser levantarse de inmediato y ceder el puesto. Los choferes y los conductores van incorporando buenas prácticas, entonces, imitémoslos. Eso lejos de demeritarnos denotará nuestra cultura ciudadana, que dicho sea de paso se expresa también en llegar puntual, y no solo a la escuela.

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